Romeo contemplaba la ciudad desde su oficina en el último piso. Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras revisaba los informes de sus infiltrados. Cada movimiento de Irene estaba documentado con precisión militar: sus salidas, sus búsquedas de trabajo, incluso sus conversaciones. La había bloqueado de trabajar en cualquier empresa de diseño importante de la ciudad.
Aflojó el nudo de su corbata de seda negra, un gesto inconsciente que realizaba cuando algo le perturbaba. En el fondo, muy en el fondo, una voz le susurraba que quizás estaba yendo demasiado lejos. La ignoró, como siempre hacía con cualquier cosa que amenazara su control.
La fortuna de la familia Castro podría mantener a Irene por varias vidas. ¿Por qué insistía ella en complicar las cosas? Si tan solo siguiera las reglas, si tan solo entendiera su lugar... Sus dedos tamborilearon sobre el escritorio, un ritmo nervioso que traicionaba su aparente calma.
No, esto no era acoso. Era protección. Era disciplina. Era necesario.
...
El Audi negro de Natalia zigzagueaba entre el tráfico como si el mismo diablo la persiguiera. Sus nudillos estaban blancos de la presión con que agarraba el volante.
—¡Por el amor de Dios, Irene! ¿Qué es lo que te da tanto miedo? —sus ojos chispeaban de indignación mientras miraba a su amiga por el retrovisor—. Eres su esposa legítima. Ni él ni su amante pueden...
Irene se hundió en el asiento de cuero, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de su falda. El término "esposa legítima" le provocaba náuseas.
—No es tan simple, Nat —su voz apenas un susurro—. Si enfrento a Romeo, no será solo un problema entre nosotros. Las familias se involucrarán. Los Castro, los Llorente... todo se volverá un circo mediático.
En el siguiente semáforo en rojo, Natalia giró completamente hacia ella.
—¿Ya le dijiste a tu familia que quieres divorciarte?
Irene negó con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. La imagen de su padre explotando de furia ante la noticia la atormentaba. La empresa de los Llorente dependía casi enteramente de los contratos con los Castro. Y su madre... su dulce y sumisa madre, que siempre le había enseñado a ser la esposa perfecta, a aguantar, a sonreír...
Las lágrimas amenazaban con derramarse mientras recordaba los últimos dos años. Dos años convenciéndose a sí misma de que Romeo la amaba, que solo era malo expresando sus sentimientos. Dos años escuchando a su madre decir "los hombres son así, mi amor, hay que tenerles paciencia". Dos años desperdiciados en una mentira.
—Tengo que divorciarme antes de que mi familia se entere —murmuró, más para sí misma que para Natalia.
—Entonces hagámoslo bien —Natalia aceleró cuando la luz cambió a verde—. ¿Ya tienes listo el acuerdo? No puedes salir de esto con las manos vacías. Necesitas casas, autos, una buena compensación económica...
—Ya veré... —Irene desvió la mirada hacia la ventana, observando las luces de la ciudad que comenzaban a encenderse.
...
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Al Mal Esposo, Darle Prisa