Stuardo la miró a la cara y le susurró: "Gracias."
El suéter se sentía mucho más cómodo de lo que él había imaginado.
Ángela no esperaba que se viera tan bien con ese suéter puesto.
Siempre se preguntaba si era que el suéter el que se veía bien, o era la persona que lo llevaba puesto la que lo hacía verse especial.
Sacó una bolsa y de ahí un estuche: "Este también es un regalo que preparé para ti. Tenía miedo de que no te gustara el suéter, así que compré otro detalle."
Stuardo miró la pequeña caja en sus manos.
"Es un encendedor," explicó un poco avergonzada. "No sabía qué regalarte, así que compré esto. Puedes usarlo, pero trata de fumar menos, fumar es malo para la salud."
Luego, le entregó la caja.
Él abrió la caja, sacó el encendedor, lo encendió y una llama apareció.
"No tengo adicción al tabaco," dijo con voz profunda y seductora. "Solo fumo cuando estoy molesto."
Ángela se sorprendió un poco: "Pero cuando te visité en tu casa, te veía fumando casi todos los días."
Stuardo: "Eso es porque me enojabas todos los días."
Ángela: "..."
"Necesito tomar aire," dijo Stuardo sintiéndose un poco acalorado.
Ya tenía sudor en la frente a causa de la calefacción.
"Está bien, te llevaré afuera," dijo ella y se colocó detrás de la silla de ruedas.
"No es necesario, la silla de ruedas es eléctrica," dijo él y, al presionar un botón, la silla comenzó a moverse automáticamente.
Ángela lo siguió: "Pero antes siempre dejabas que tus guardaespaldas te empujaran."
Stuardo: "Si tengo guardaespaldas, no tengo que preocuparme."
"Yo también puedo empujarte..."
"No es necesario."
"Pero quiero hacerlo," dijo ella, agarrando el mango de la silla de ruedas y empujándola hacia afuera. "¿Cómo están tus piernas? ¿Qué te dijo el médico?"
Stuardo: "Fractura en la pierna izquierda, contusión en la derecha."
Ángela sintió un dolor en el corazón: "¿Sientes mucho dolor?"
Stuardo: "Está bien."
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