—Por supuesto que no. —Guillermo se rio satisfecho.
Pisó el freno y se dirigió hacia el carril derecho, entonces, vio el auto de Gabriel y dobló a la derecha. Elisa no tenía intención de hablar, así que él conversó hasta su casa.
—Gracias, señor Domínguez por traerme a casa —dijo cuando llegaron.
—Ni lo mencione. Es tarde, debería entrar. Llámeme si necesita algo. —Le sonrió con ternura.
Elisa asintió y se bajó del auto. Él entrecerró los ojos al verla porque la mujer era un enigma. ¿Gabriel se lamentaría por haber perdido a una persona tan excepcional? Ya que la tenía en sus manos, nunca la dejaría ir. A Elisa le sonó el teléfono cuando salió del ascensor, así que abrió la puerta con una mano y buscó el teléfono con la otra. Se sorprendió al ver que era su abuela quien llamaba.
—¿Abuela? —respondió luego de entrar al departamento.
—Hola, Elisa. ¿Qué has hecho últimamente? ¿Me extrañas?
—Claro que sí. Pienso en ti todo el tiempo —dijo riendo mientras se sacaba los zapatos.
—Qué dulce eres, cariño. —Se rio por lo bajo.
—¿Necesitas algo? —preguntó sentada en el sofá mientras sonreía.
—¿Qué dices? Te acabo de alagar por ser tan dulce. ¿No puedo llamarte solo porque te extraño? —Julia podía ser bastante temperamental a veces, pero, en ciertas ocasiones, solo fingía estar enojada.
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