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Amor obstinado romance Capítulo 50

—Hoy estoy algo cansada, así que hablemos otro día —contestó Elisa.

—De acuerdo; que descanses. Llámame si te aburres y te hago compañía —dijo Raquel al entenderla.

—De acuerdo.

Ambas cortaron la llamada a la vez. Guillermo la miró y permaneció en silencio mientras se dirigían a casa de Elisa.

—Gracias por lo de hoy. —Se despidió ella cuando llegaron.

Si no fuera por él, su plan no hubiera salido tan bien.

—El resultado fue de beneficio mutuo. No tienes que darme las gracias —dijo él con el ceño fruncido.

—También deberías acostarte temprano —respondió la mujer sonriendo.

—¿Te preocupas por mí? —preguntó sonriendo con cariño.

Elisa se quedó sin habla porque solo lo dijo por educación. Ella sonrió y permaneció en silencio, luego, se bajó del auto. Guillermo siempre se había aprovechado de ella y sabía que era abogada, por lo que podría necesitar bastante ayuda de su parte en el futuro; sin embargo, ella solo quería alejarse de él. Elisa no pudo relajarse de camino a casa. Después de pensarlo detenidamente, al final hizo la llamada.

—Mi querida Elisa. —La otra persona atendió de inmediato.

—Abuela, debes estar al tanto de lo que sucedió hoy. Lo siento —dijo sintiéndose culpable.

—Elisa, no tienes que pedirme perdón. Si él no te hubiera obligado ni hubiera coqueteado con Linda, no habrías anunciado tu divorcio en público —dijo Julia riendo entre dientes.

—Abuela... —Elisa apretó el teléfono.

—Elisa —dijo Mónica.

—¿Sí? —respondió la muchacha con rapidez.

No quería llamarla suegra; de todos modos, nunca le había agradado. Tanto Gabriel como Mónica pensaban que era una avariciosa cazafortunas. Además, la mujer siempre detestaba y ponía expresión de asco cuando Elisa la llamaba «madre». Elisa se sintió aliviada por no tener que volver a llamarla así nunca más.

—¡Ven a nuestra residencia ahora! —Le daba órdenes como si fuera su superior.

Elisa frunció el ceño, pero accedió a ir ya que necesitaba explicar todo a la familia Weller y debía pedirle disculpas a la abuela en persona.

—Bueno, ahora voy —respondió.

Mónica cortó la llamada y la ignoró por completo. Elisa frunció los labios porque estaba acostumbrada a la actitud distante de la mujer hacia ella, pero, en ese momento, no podía importarle menos. Llamó a un taxi y se dirigió directo a la antigua residencia de la familia Weller.

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