Bajo la luz plateada de la luna, la sonrisa del hombre del hombre era gentil y atractiva.
Apretando los labios, Susana podía sentir como su rostro se encendía.
—Comprobarlo... lo haré cuando lleguemos a casa—.
Inspiró profundamente:
-Ahora, solo pretendía ser valiente. Él es tan fuerte que yo no hubiera sido capaz de seguir contra él y tampoco podía hacer que dejara de molestarte.
Bajando la cabeza, la joven señora, miraba sus propios pies desnudos.
-Pero... aún puedo huir contigo. Creo que puedo correr bastante rápido.
Viendo su mirada seria, él no pudo evitar sonreír: -Así que ¿piensas huir siempre conmigo desde hora?
—Sí —afirmó, pero sacudió la cabeza cuando un pensamiento atravesó su mente- No huiré el resto de mi vida. Una vez que sea más fuerte, podré protegerte.
-¡Hecho! -Su cara se puso roja mientras apretaba los puños.
Dándose unas buenas palmadas en la cara, la joven señora echó un vistazo a la oscura carretera:
—¿Cómo vamos a volver ahora?
Había usado sus tacones como arma, así que ¿cómo iba a caminar todo el camino a casa con los pies descalzos y con él?
El hombre de la silla de ruedas rió:
-Cierra los ojos y empieza a contar. Una vez que hayas contado hasta diez, seré capaz de pensar en una forma de volver a casa.
-¿Aún vas a seguir bromeando? -se quejó ella.
-Dame una oportunidad. Sabrás si estoy bromeando.
-No soy una niña.
Proyectando su labio inferior en un puchero, la joven señora giró sus ojos hacia él, pero los cerró obediente y acto seguido empezó a contar:
-Uno, dos, tres...
Bajo la brillante luz de la luna, la voz de la joven señora y la cara de él eran puras como la nieve.
Mirándola a través de la seda negra, Pablo no podía entender cómo él mismo se veía tan gentil en ese momento.
-Ocho, nueve, diez.
En el momento que Susana contó diez, abrió los ojos.
Sin embargo, las luces delanteras de un coche en la distancia alumbraron hacia ella, y apenas pudo abrir los ojos.
Unos cuantos segundos después, el coche se paró delante de ellos.
Una vez que la puerta del coche se abrió, Manuel salió de él.
-Perdón por llegar tarde.
-En realidad no —dijo el hombre con una sonrisa—, pero si llegas a tardar un segundo más, podrías haberte quedado sin paga.
Susana se dio cuenta mientras lo ayudaba a subir al coche:
-Pensé que tenías un plan brillante. Y este era que Manuel nos recogiera -dijo Susana, con los labios fruncidos.
Colocando la silla en el coche despacio, Pablo contestó:
-Este es el mejor plan que un hombre ciego puede pensar.
Escuchando esto, Susana apretó los labios, porque no le gustaba que él se considerase a sí mismo como un
hombre ciego.
Tras sentarse junto a Pablo, el coche arrancó.
Como ella no había dormido bien la víspera, poco a poco se fue quedando dormida mientras se retrepaba en el asiento de cuero.
Adormilada, pensó que estaba escuchando a alguien hablar en voz baja.
-Señor, hemos llegado.
-No la despiertes. Déjala dormir.
-Pero...
Más tarde, Susana sintió que todo su cuerpo se elevaba, como si alguien la llevara en brazos.
Al final, se sintió como si hubiera caído en un cálido y cómodo abrazo.
Sin saber si era un sueño o realidad, podía incluso sentir el refrescante aroma a menta del hombre.
Quizás... solo fue un sueño.
El único y familiar aroma a menta la confundió aún más, puesto que no podía decir si era un sueño o realidad.
Con toda probabilidad, un sueño.
En su sueño, su marido la llevaba con gentileza y la puso despacio en la suave cama.
Mientras él acariciaba su cabello con suavidad, ella podía oírle decir:
-Tontita.
Con extrañeza, Susana notó que la voz ronca le era familiar, pero no podía recordar dónde la había escuchado.
Cuando se despertó al día siguiente, estaba despuntando el día.
Con la luz del sol brillando sobre ella, Susana bostezó perezosa mientras se sentaba en la cama.
En el momento que se dio cuenta de que estaba durmiendo en su habitación de recién casada, frunció el ceño mientras intentaba recordar qué ocurrió la noche anterior.
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