En el hospital de Ocpeace City, la luz roja fuera del quirófano de emergencia permaneció encendida durante tres horas hasta que finalmente se apagó. De inmediato, Everleigh Trevino salió de la sala, se quitó los guantes y el barbijo y los tiró a la basura.
A su lado, su asistente le tendió el jabón y dijo con un tono de alivio y esperanza:
—Dra. Trevino, gracias a Dios usted está a cargo. Si se lo hubieran asignado a otra persona, el paciente habría muerto.
Everleigh agarró el jabón y se frotó las manos con parsimonia mientras le recordaba a su asistente los pasos a seguir:
—Tenemos que observar cómo evoluciona el estado del paciente luego de la cirugía. Debemos prestar especial atención a...
Mientras hablaba, la sonrisa de su rostro se desvaneció al ver a una enfermera corriendo por el pasillo. En el área de emergencias estaban todos muy bien capacitados, la única razón por la que esa enfermera podría estar corriendo era una urgencia muy grave.
No perdió un segundo de su tiempo, ni siquiera terminó de darle las indicaciones a su asistente, simplemente se enjuagó las manos a toda velocidad y caminó hacia la sala de emergencias sin secarse. Ni bien abrió la puerta, escuchó un par enfermeras charlando.
—¿Otra emergencia? —dijo una.
—Así es. Acabamos de recibir a un paciente que perdió el conocimiento. Hasta notificaron al decano del hospital, Benedict —explicó la otra.
—¿Quién es? ¿Quién podría atreverse a molestar al decano del hospital? —cuestionó la primera.
—¡Theodore Godfrey! —exclamó su interlocutora.
—¿Theodore Godfrey? —volvió a interrogar con algo de asombro.
Al escuchar ese nombre, Everleigh se sobresaltó. Contuvo la respiración, intentando que así disminuyera su sorpresa.
—Así es. ¿O hay otro Theodore más importante que él en Ocpeace City? —continuó la enfermera—. Escuché que estaba en una tienda de vestidos para novias con su prometida cuando se desmayó...
En ese punto, Everleigh ya no podía oír lo que conversaban. Su corazón se había acelerado y de pronto sintió un dolor sordo en el pecho.
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