El viaje hacia la sede de distribución de la empresa demoró quizás una media hora, y aunque Nate estaba seguro de que no iba a encontrar algo que precisamente le agradara, no pudo evitar sorprenderse porque apenas llegó, notó que a uno de los costados de la propiedad, quizás a poco más de un kilómetro, había grandes máquinas excavadoras trabajando.
—Disculpe, ¿qué es eso que están haciendo allí? —le preguntó Nate a uno de los trabajadores.
—¡Ah! Es la propiedad de al lado, hace años que venían queriendo hacerle algo, pero apenas ahora es que están removiendo toda la tierra para construir —respondió el hombre y la curiosidad de Nate, o quizás ese sexto sentido lo hizo encaminarse hacia allí, y detenerse en el borde de la cerca mirando el polvillo claro que levantaban las excavadoras.
—La arena... —murmuró para sí mismo—. Entonces de aquí venía...
Ranger tenía razón, tenían al enemigo más cerca de lo que pensaban, así que cruzó la valla por un instante y se llevó un puñado de aquella arena porque sabía que tenía que mandársela a su amigo.
Luego se fue a la empresa para hablar con su tío, y mientras su asistente lo buscaba, se dirigió directamente a la oficina de Recursos humanos.
Pero definitivamente no esperaba encontrarse con otra desagradable sorpresa.
—¡¿Cómo que indemnizados y desaparecidos?! —espetó cuando le dijeron que los tres conductores de la caravana que había tenido el accidente habían sido indemnizados y habían renunciado de inmediato—. ¿Y a usted eso no le parece ni un poco raro?
—Bueno, señor Vanderwood... Es que tuvieron un accidente...
—¡Eso no es suficiente para desaparecer de la noche a la mañana! —gruñó Nate molesto—. ¡Encárguese de buscarlos ahora mismo! ¡Localícelos! ¡Quiero sus teléfonos y sus direcciones cuanto antes! ¡Vamos, muévase!
¡No podía creer que todo aquello estaba pasando! Las únicas pistas reales que tenían eran esos conductores, y quizás ellos mismos fueran los causantes de aquel accidente.
—¡Nate, qué sorpresa verte por aquí —sonrió su tío Lloyd apenas lo vio—. Ven, vamos a mi despacho, conversemos.
Pero por desgracia, la conversación se convirtió en decenas de imprecaciones y maldiciones cuando le contó a su tío lo que estaba pasando. Lloyd Vanderwood era como él, más de ciudad y menos ranchero, por eso se encargaba de toda la parte de distribución de la empresa ganadera, sin ensuciarse los zapatos jamás.
—¡No puede ser que esto haya sucedido bajo mis narices! —espetó golpeando la mesa—. ¡Ah, pero te garantizo que no se va a quedar así! ¡Si el que hizo esto está en esta empresa, te aseguro que lo voy a encontrar, no por gusto tengo cámaras hasta en el trasero de mis conductores!
Pero ni toda la indignación del mundo, por desgracia, iba a servir para dejarlo más tranquilo; porque cuando revisaron las cámaras, se encontraron con un vacío de diez minutos. Borrado. Perdido. Irrecuperable.
—¡Maldición! ¡Esto lo planearon muy bien! ¡Pareciera que se están riendo en nuestras narices!
Y si creía que aquella mañana había empezado con mal pie, su día fue empeorando y su frustración escalando, cuando después de una visita rápida a las estaciones de las caravanas, Nate regresó a su auto sin una sola respuesta, y encima se encontró un cristal roto y una nota que habían lanzado dentro.
—¿¡Pero esto qué mierd@ es!? —rugió furioso mientras leía aquello.
"Saca tus narices de donde no te llaman, o la próxima vez será peor".
Aquella era una amenaza, ¡una amenaza verdadera y en toda regla! Golpeó el volante furioso mientras terminaba de perder la paciencia, sacando los vidrios del asiento para poder largarse.
Llegó a la casa hecho un torbellino, directo a meterse al despacho con su padre y a llamar a Ranger. Y cuando Blair lo vio así, supo que si no lo sacaba de la casa y lo alejaba de la gente, con el temperamento que tenía, posiblemente terminaría explotando y diciendo algo que no debía.
Le pidió a la niñera que cuidara un rato a Nathalie y se dirigió a la cocina con paso apurado, para ver a Adaline conversando con su hijo Matthew.
—¡Ah, perdón, no quise interrumpir!
—No, querida, por nada, entra. ¿Qué necesitas?
—Bueno, me preguntaba si podría prestarme una cesta de picnic. Nate llegó en modo ogro y creo que es mejor sacarlo para que se distraiga...
Un segundo después, Matthew desapareció de la cocina mientras Adaline la ayudaba con toda su amabilidad a preparar un picnic.
—Todo esto es lo preferido de Nate —le dijo, poniendo queso, vino, algunas frutas y un par de sándwiches—. Ya sé que cuando se molesta se vuelve un ogro. ¡Qué bueno que ya lo conoces! Cuando se ponía así, siempre se llevaba una cesta como esta y se largaba a su cabaña por un par de días para que nadie lo molestara.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO