Jamás en toda su vida Matt había estado a cargo de un niño enfermo, y aunque parecía dormido y tranquilo, era evidente que tenía la temperatura alta.
—Voy a llamar al médico —murmuró y vio la interrogación en los ojos de la muchacha.
—¿A cual?
—¡A cualquiera que venga, tú déjalo de mi mano! —replicó Matt con ansiedad y en efecto quince minutos después el doctor Jones atravesaba el umbral de aquella casa.
Heilyn no sabía que se podía molestar a un especialista de alto cargo por un resfriado simple, pero tal parecía que cuando Matthew Vanderwood llamaba, a la hora que fuera, nadie se atrevía a decirle que no.
Heilyn respiró más tranquila cuando el médico revisó a Sian y los miró con condescendencia, como los padres primerizos y asustados que eran.
—Es solo un resfriado común —les dijo—. Y la fiebre no es muy alta, no necesita inyecciones de momento. Les dejaré una receta para medicinas contra la fiebre y en un par de días estará como nuevo, mientras tanto que no juegue afuera ni se exponga al frío, ¿de acuerdo?
Los dos asintieron de inmediato y estrecharon la mano del doctor con agradecimiento.
—Y voy a indicar también algunas vitaminas para ustedes. Estos resfriados son muy pegajosos y si no se cuidan dentro de poco lo que van a tener aquí será el Festival del Moco.
Matt rio por lo bajo, pero apenas el doctor se fue tomó las dos recetas y un abrigo grueso.
—Voy por las medicinas —le dijo a Heilyn—. Vuelvo enseguida.
Y en efecto, en pocos minutos ya traía los jarabes, los parchecitos de calor y todo lo que hacía falta para que aquel príncipe se mejorara pronto.
Los dos se quedaron esa noche a un lado de su cama, y no hubo fuerza humana que despegara el trasero de Matt de aquella silla mientras Heilyn se acomodaba en la otra orilla de la camita personal y su hijo la abrazaba.
La madrugada fue agotadora y lenta, pero para cuando amaneció, el despertar de Sian fue con una sonrisa y sin fiebre.
—¡Hola mami, hola papi! ¡Hola Batman!
El cachorro subió a la cama emocionado moviendo la cola y Heilyn y Matt se miraron con cara de destrucción masiva.
—¿Café? —preguntó ella.
—¡Me tomaría todas las montañas de Colombia ahora mismo! —replicó él, levantándose dispuesto a arrastrar los pies hasta la cocina.
—Y tu, señorito —Heilyn apuntó a Sian con el índice—. ¡Ponte dos abrigos o vendré yo y te pondré siete! ¡Día de películas hoy, nadie sale!
Hizo un puchero y siguió a Matt, mientras parecían dos zombis tratando de hacer café y desayuno. Y el silencio demostraba todo el cansancio de la noche sin dormir hasta que ella estornudó por primera vez.
—¡Achú!
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