Heilyn abrió los ojos una hora después de que amaneciera y apenas lo hizo supo que se había quedado dormida ¡otra vez! Lo último que quería era tener que despertar a aquel angelito que dormía a su lado, pero tenía que apresurarse a llevarlo a la escuela y volar más que correr hacia su primer trabajo del día.
—¡Hola rayito de sol! —susurró poniendo su mejor sonrisa porque a pesar de que no estaban en su mejor momento, el pequeño no tenía que enterarse de que algo iba mal.
—¡Hola mami! —lo escuchó decir con aquella sonrisa radiante antes de darle un abrazo muy apretado.
—Mami se quedó dormida, tenemos que apurarnos. ¿Nos levantamos rapidito a desayunar?
—Mmmm… —Sian bostezó estirándose—. ¿Tostadas, o podemos comer wafles?
Heilyn hizo una mueca pensativa y luego negó.
—¿Sabes qué? ¡Siempre hay tiempo para wafles!
—¡Síiiiii! —exclamó Sian porque ese era su desayuno favorito.
—Vamos, arréglate rapidito en lo que mami hace tus wafles —le pidió la muchacha y el niño se lanzó de la cama en cuestión de segundos.
Heilyn ya era una experta en desayunos ricos de emergencia así que quince minutos después tenía a Sian comiéndose unos deliciosos wafles y luego lo llevaba a la escuela que quedaba muy cerca de su casa.
—Ten un lindo día mi amor —le deseó abrazándolo y Sian se despidió de ella con un beso.
Apenas lo vio entrar a su salón, salió corriendo en dirección a la casa, porque tenía que prepararse para su primer trabajo. Tenía cuatro, intermitentes casi todos porque no había mucho oficio fijo en un pueblito tan pequeño como Conway y ella hacía hasta lo imposible por conseguir dinero para mantener bien a su hijo. Pero entre pagar las deudas y sobrevivir, cada día se le estaba haciendo más difícil.
En aquel momento en particular había un buen arribo de turistas en el pueblito, así que podía trabajar en las mañanas como guía, mostrándoles el castillo y sus alrededores. No ganaba mucho con eso pero le dejaban algunas propinas decentes.
Estaba a punto de salir de su casa cuando se topó con aquel hombre intentando pegar un aviso impreso en rojo en su puerta.
—¡Señor Jenkins, por favor! ¡Deje de ponerme avisos de desalojo, ya le dije que le voy a pagar! —le suplicó Heilyn con desesperación, porque casi cada mañana se encontraba con lo mismo.
—¡Estás atrasada con la renta, niña! —graznó el hombre.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO