Un hijo. Aquella revelación golpeó a Matt en el medio del pecho con más fuerza que un puñetazo.
La historia de Nate era atropellada y dolorosa, pero durante años había querido saber cómo su hermano se había dado cuenta de que se había acostado con su novia en medio de una de sus borracheras. Por aquel entonces pasar por los fines de semana ebrio era lo normal para él; después de todo, estaba en la universidad y las fiestas de las fraternidades no paraban.
Nate era dos años mayor que él y siempre estaba regañándolo y protegiéndolo, pero eso no había evitado que se emborrachara y despertara en aquella cabaña con Sienna.
—Era... era como una nebulosa en mi mente —murmuró Matthew con los ojos húmedos—. Pero sí sabía que me había costado con ella y luego ustedes...
—Y luego nosotros nos fuimos a Europa —replicó Nate—. Íbamos a estar un par de años allá, haciendo posgrados. Bueno… yo estudiando y ella viviendo de mí. Allá me dijo que estaba embarazada, que no le dijéramos a nadie porque iba a ser una sorpresa...
Matt se mesó los cabellos con desesperación.
—¡Porque sabía que yo te habría confrontado! ¡Sabía que te habría dicho lo que pasó, pero cuando volviste…! Cuando volviste ya lo sabías, ya sabías que ella y yo... ¿Cómo?
Nate lo arrastró hasta el espejo de la sala y lo hizo mirarse.
—Por esto —dijo señalando a las manchas de sus ojos—. El doctor nos lo dijo cuando eras chico, que tenías una mutación genética extraña en las pupilas.
Matthew tragó en seco, viendo los lunares negros que se esparcían por sus pupilas verdes.
—El médico dijo que era algo mío —recordó—. Que no venía de nuestros padres ni nada por el estilo.
—Que no era hereditario, exacto, así que no podía tenerlo un hijo mío —susurró Nate—. Así que apenas ese niño nació y lo vi a los ojos, apenas lo vi supe que era tuyo y luego... Ese mismo día vino el desastre, el accidente... Para cuando desperté en el hospital lo único que me dijeron era que el bebé no había sobrevivido y yo... —De sus ojos caían copiosamente las lágrimas mientras su pecho se estrujaba por una culpa que jamás había desaparecido—. Yo no me atreví a decírtelo, Matt... ¿Cómo iba...? ¿Cómo iba a decirte que había matado a tu hijo?
Su voz se rompió en un instante y solo vio a su hermano darle la espalda para salir de allí.
Intentó correr tras él, pero finalmente solo consiguió alcanzarlo en el estacionamiento, de donde los dos autos salieron a toda velocidad.
Matt no sabía ni qué pensar ni qué sentir. Un hijo. Un hijo suyo que había muerto apenas nacer. Uno del que no sabía y jamás había podido querer. Todo aquello era demasiado para procesarlo, y ni siquiera iba mirando la carretera hasta que tuvo que frenar violentamente porque otro auto se metió delante.
—¡Sal de ahí, ahora! —le gritó Nate abriendo su puerta y agarrándolo por la parte trasera del cuello de la camisa, y lo hizo trastabillar hasta meterlo en su propia camioneta—. ¡Maldición, ya tengo demasiada muerte en mi conciencia, no voy a cargar con la tuya también! —espetó entre lágrimas mientras conducía lejos de allí sin importarle el auto que dejaban detrás.
Dio vueltas por la ciudad mientras Matt a su lado solo se restregaba la cara con las manos, y finalmente estacionó en el edificio de oficinas. Era fin de semana, así que no había absolutamente nadie allí.
Si había que beber, beberían; si tenían que golpearse, se golpearían, pero al menos lo harían donde nadie pudiera verlos. Sin embargo, aquello era ser demasiado optimista, porque apenas entraron a la oficina principal, los dos se quedaron mudos viendo a la mujer que los esperaba.
Sienna sabía exactamente cómo se descargaba Nate: trabajando. Así que después de todo aquel caos que había creado, estaba bastante segura de que lo dejaría todo para ir a hundirse entre documentos y papeles por firmar en la oficina.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO