—¡Trágatelo! —había sido la única respuesta de Sienna a toda aquella verdad que su madre le había contado.
Al parecer Paloma solo le había dicho la mitad de los hechos sobre lo que había pasado con Adaline hacía treinta años, pero la otra, la realmente interesante, no se la había contado hasta ahora.
—¿Quién te entiende? ¡Pensé que te alegraría! —replicó su madre con molestia—. Esto abre todo un nuevo abanico de posibilidades.
—¡No seas idiota! ¡Esto habría significado algo cuando estaba embarazada, no ahora! —espetó Sienna con molestia—. ¿No te das cuenta de lo que esto puede significar?
—¿Que tenemos a la desgraciada de Adaline comiendo de la mano?
—¡Y que si esto se sabe la hermosa fortuna de los Vanderwood se va a ir al demonio porque cada uno de esos hermanos va a tirar por su lado y ahí mismo se va a joder todo! Además... —suspiró con fastidio—, no puedo estar acostándome con Matt el resto de mi vida. Para empezar porque es un tierno, ¡aaagrrh! ¡Y para seguir porque pasaría el resto de mi vida teniendo que darle todas las excusas por el chiquillo!
—¿Entonces prefieres que no digamos nada?
—Por ahora no, madre. Cuando tienes bajo la manga un as de este tamaño no lo desperdicias a menos que sea estrictamente necesario. Por lo pronto que siga siendo efectivo para controlar a la imbécil de Adaline, no olvides que en el mismo momento que ya no tengamos eso para controlarla, se nos acabó esa aliada en particular.
Paloma asintió con molestia porque después de tantos años casi le picaba la lengua por decirle a todos la clase de zorra que era en realidad la distinguida señora Vanderwood, pero por el bien de sus planes decidió contenerse.
Después de todo, la pensión que les había dejado el padre de Sienna no alcanzaba para nada, y si se habían dado una buena vida todos esos años había sido únicamente gracias al chantaje tan efectivo que Paloma le hacía a Adaline, y que le valía una cómoda suma todos los meses.
Así que al día siguiente allí estaban, invitadas a la fiesta navideña más exclusiva de Texas, codeándose con toda la alta sociedad a la que finalmente jamás habían logrado llegar a pertenecer.
Sienna iba vestida como una reina, y era consciente de todas las miradas masculinas que se volvían hacia ella mientras atravesaba la sala de fiestas, pero la única que realmente quería tener sobre ella ni siquiera se dignaba a voltearse en su dirección.
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó con suavidad en ese mismo tono aniñado que ya le ponía a Nate los pelos de punta.
—¿Puedo vomitar primero? —gruñó él sin mirarla, y Sienna apretó los dientes.
—¡No tienes por qué ser tan desagradable conmigo! Yo no tengo la culpa de...
—Sí, sí tengo, porque para empezar no te soporto, y para seguir, solo eres una traicionera que le abre las piernas al primero que se te pase por delante. Así que gracias, pero No gracias —replicó Nate dándose la vuelta y alejándose de allí sin mirar atrás.
La muchacha se giró hacia su madre con un gesto de impotencia, y Paloma gruñó por lo bajo antes de acercarse a anfitriona de la casa.
—¿Qué mierd@ estás haciendo que no ayudas? —susurró en el oído de Adaline, fingiendo una sonrisa delante de todos—. ¿Te das cuenta de lo que puede pasar si abro mi boca?
—¿Crees que necesitas amenazarme aquí? —replicó Adaline con el corazón acelerado en el pecho.
—¿Crees que no es el mejor lugar? Pues yo pienso que sí, fíjate, porque sería una linda fiesta navideña si yo dijera delante de todo el mundo cuál de tus hijos no es realmente un Vanderwood, ¿no te parece? ¿Te imaginas qué lindo espectáculo darían? Delante de toda la alta sociedad de Texas, la familia más prestigiosa, la familia más distinguida... ¡Me encantaría ver lo rápido que Rufus te pondría de patas en la calle cuando sepa que le estuviste poniendo los cuernos y con quién!
El rostro de Adaline se puso más pálido todavía, y miró en dirección a Sienna porque sabía muy bien que era lo que querían aquellas mujeres, y también sabía que estaban esperando a que ella ayudara a que eso pasara. Pero antes de que pudiera ir a recriminarle a su hijo por ser un maleducado con su invitada, otro problema aún mayor pareció detenerla cuando vio a Matthew acercarse a Sienna.
—¡Tú y yo tenemos que hablar! —gruñó él por lo bajo, intentando llevarla a un rincón de la sala.
Y Sienna no se resistió del todo porque no quería hacer una escena precisamente con él.
—Claro que no, Matt, no tenemos nada de qué hablar...
—¡Sabes muy bien que sí! Y no es que dé gracias a Dios por no tener ya nada en común contigo, pero quiero saber sobre mi hijo.
Sienna contuvo el aliento y desvió la mirada.
—Ese bebé murió, no hay nada más que saber...
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