Los días se volvieron un torbellino de esperanza y temor para Nate mientras esperaba la mejoría de Blair. Cada jornada en el hospital era una agonía silenciosa, y los que lo conocían bien, podían notar el peso de la incertidumbre que cargaba su corazón.
Cuando no estaba con ella, acompañándola, estaba sumergido por completo en el cuidado de sus hijos, viendo cómo día a día crecían y cambiaban. Su hijo, el pequeño milagro que compartía con Blair, ya había comenzado a sonreír, llenando la casa con una alegría que al menos de momento lograba alejar su tristeza.
La pequeña Natalie, con sus risueñas ocurrencias, pronunciaba las primeras palabras y Nate no había podido evitar llorar cuando la primera de ellas había sido: “papá”. Aunque cada logro de sus hijos era motivo de celebración, no podía evitar que le doliera todo lo que Blair se estaba perdiendo de ellos.
Sin embargo confiaba en las palabras del médico: cada semana era terreno ganado, pero aun no podían sacarla del soporte vital. El recuento de células se iba normalizando, había una buena esperanza de que la leucemia remitiera, pero todavía quedaban mil riesgos más, comenzando con el hecho de cuánto había sufrido su cerebro en aquellos meses.
Así que aunque no había tenido más episodios, la delicadeza de su salud mantenía a Nate en un estado constante de preocupación. Aquel pequeño cuarto de hospital se convirtió en su segundo hogar, donde los minutos se estiraban como horas y las horas parecían días eternos.
Todos sus hermanos pasaban por allí, ayudándolo a quedarse con Blair cuando él se quedaba en casa con los niños. Pero aunque estuvieran rodeados de amor y de cuidados, aun así se sentía incompleto.
El señor Rufus había vuelto a vivir con él, esta vez en el más absoluto secreto, porque nadie podía descubrir aun que estaba vivo. El detective a cargo del caso contra Adaline era el único que estaba al tanto, pero no quería revelarlo hasta que no llegara el momento del juicio por intento de asesinato, que aún no se realizaba.
Los gemelos mientras tanto tenían bien vigiladas tanto a Sienna como a su madre, y a medida que Matt se demoraba en Gales, más impacientes se ponían aquellas dos brujas.
Nadie se imaginaba que cuando por fin volviera lo haría sin avisar, simplemente tocando a la puerta de Nate y mientras su hermano se llevaba las manos a la cabeza viendo a aquel hermoso niño dormido en sus brazos.
—¿Es en serio? ¡Dime que es en serio! —exclamó con voz quebrada y Matthew le sonrió de oreja a oreja mientras Nate los abrazaba a los dos.
—¡Claro que es en serio!
—¡Lo encontraste! ¡Por dios, lo encontraste! —sonrió Nate son los ojos húmedos viendo a aquel pequeño que era una calca de su hermano.
—Bueno, cuando se despierte se presentará él mismo con toda la actitud, porque no sabes pero sacó mis dotes oratorias —rio su hermano acomodándolo en el sofá—. Pero mientras, él es Sian… —Matt miró hacia la puerta y empujó suavemente hacia el interior de la casa a la mujer que seguía parada allí—. Y ella es Heilyn Payne, la mamá de Sian.
Durante un instante Nate se quedó mirando a aquella chica y luego se le escapó aquel suspiro de alivio mientras le daba la bienvenida con un abrazo.
—¡Alabado sea Dios! —sonrió porque eso significaba que aquel pequeño no había estado solo, todo ese tiempo, sino que de verdad había tenido una persona que lo quisiera—. ¿Están todos bien? ¿Por qué se demoraron tanto?
—Bueno, la historia es larga, muy larga —sentenció Matt—. Y todavía tenemos que pensar muy bien cómo vamos a manejar esto.
—No importa, tenemos tiempo —aseguró Nate—. Voy a llamar a papá y ahora mismo mando a acomodar un par de habitaciones para ustedes. ¡Tienen que contármelo todo!
Sobra decir que cuando Rufus Vanderwood bajó aquellas escaleras, a Heilyn Payne se le llenaron los ojos de lágrimas porque no había alegría más genuina que la de aquel abuelo, y ciertamente no había esperado que su hijo tuviera un recibimiento tan cálido. Se sabía toda la historia alrededor del nacimiento de Sian, pero nadie sabía allí más que Matt la historia de su adopción y por qué se habían demorado tanto en regresar a Estados Unidos.
—Entonces… —dijo Rufus por lo bajo, acercándose a Matt y dándole un ligero codazo en las costillas—. ¿Para cuándo la boda?
—¡Para nunca, papá! ¡¿Qué dices?! Heilyn y yo no… Solo estamos cuidando de Sian, nada más —carraspeño y el viejo Vanderwood arqueó una ceja divertida.
—Hijo, si te quedaras mirando un poco más fijo a esa mujer cada vez que habla te resbalarías con tu propia baba.
—Coincido —agregó Nate en un susurro acercándose—. La única razón por la que no se ha tragado un mosquito es porque no estamos en la hacienda.
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