No había nada que le importara más que ella. No había nada que hiciera a Nate más feliz que estar a su lado, aunque ciertamente contarle todas las cosas que habían pasado los últimos meses era un cúmulo de amargos recuerdos para él.
—No puedo creer que Adaline haya hecho todo eso —murmuró Blair mirando al techo con cansancio.
Sentía el cuerpo grande y pesado de Nate hundiendo el colchón a su lado y rodeándola con sus brazos mientras le contaba todo aquello.
—Créeme que yo tampoco, jamás podrá caberme en la cabeza cómo la mujer que me crio se convirtió en una asesina... O si es que siempre lo fue. —Pasó saliva mientras su corazón se hundía un poco, pero la respiración suave de aquella mujer contra su cuello era una de las pocas cosas en el mundo que podía aliviar esa carga.
—Tu padre debe estar devastado, realmente me da mucha pena con él, Nate —le dijo ella.
—Pues, si te soy honesto, no lo sé, el viejo no habla con nadie... O sí, la verdad es que sí habla, pero no con nosotros —sonrió él—. Esto no te lo he dicho yo, pero la única persona que lo hace soltar la lengua y descargarse es tu madre.
—¿En serio? —se sorprendió Blair.
—Pues fíjate que sí. Ya he estado escuchando sus cuchicheos más de una vez, a mí no me engañan —apuntó Nate—. Así que no te sorprendas demasiado si, cuando por fin las cosas se tranquilicen, te los encuentras de novios.
Blair dejó escapar una risita suave que a él le revolvió todo dentro.
—Mientras sean felices creo que todo vale —replicó—. Y sé que todo esto debe haber sido muy duro para ustedes, pero si te soy honesta, lo único en lo que puedo pensar es que valió la pena porque recuperaron al hijo de Matt.
Y Nate estaba completamente de acuerdo con eso, porque la aparición de aquel niño, vivo, sano y feliz como era, por fin terminaba con aquellos seis años de culpa, remordimiento y dolor.
—Así es, nena. A pesar de todo Dios no se olvida de nosotros y nos da cosas buenas todos los días, como que tú estás aquí conmigo, por ejemplo.
Se levantó sobre uno de sus codos para besarla por suavidad, y aunque sabía que no estaban en condiciones de pasarse de ahí, Blair podía sentir el calor que se desprendía de su cuerpo y la forma deliciosa en que se estremecía solo por tener esos labios contra los suyos.
Estaba viva.
Estaba viva y estaba con él.
Ni siquiera podía procesar correctamente todo lo que había pasado mientras estaba dormida, pero ahora era el momento de poner de su parte, ahora era su oportunidad de pelear conscientemente para seguir junto a su familia, y Blair no le iba a desaprovechar.
Solo un par de días después fue a un nuevo chequeo general y el doctor, más tranquilo, le asignó a un especialista para su rehabilitación.
Las sesiones de terapia eran en otra clínica; y para alivio del médico, en el aspecto neurológico la sedación profunda le había dado a Blair muy pocas secuelas. Sin embargo, en la parte física era muy diferente.
—¿Está lista para esto, señora Vanderwood? —la saludó su terapeuta en su primer día de rehabilitación y Blair trató de ahogar la risa porque le habían asignado a un especialista fortachón, guapo y simpático, que no dudó ni un segundo en levantarla en brazos para acomodarla en una de las máquinas.
¿Sinceridad completa?: aquel hombre no le llamaba la atención ni siquiera un poco, pero quizás una de las partes más emocionantes de su día era ver a Nate absolutamente celoso, ofuscado y rezongando como un oso con mala hibernación.
La inmensa mayoría de la terapia era en una sala abierta, así que el doctor Steven no tenía ningún problema con que Nate se quedara; y Blair lo veía sentado en su banco, protestando y mirando con atención que aquel doctor no fuera a pasarse de agradable con ella.
El proceso de iniciar las terapias, obviamente, iba a ser difícil. Blair parecía traer un cansancio crónico y Steven demasiado entusiasmo, y la animaba tanto que lo único que le faltaba era darle una nalgada de premio cada vez que lograba completar sus ejercicios.
Sin embargo, el profesionalismo del médico y la forma en que intentaba incluir a Nate en varios de aquellos ejercicios fue eventualmente calmando sus celos.
Ahora, lo que definitivamente Nate Vanderwood no esperaba era que el doctor se le acercara al final de una de las sesiones y lo llamara aparte.
—No, no, no, no, señor Vanderwood, ya no lo está haciendo bien —le advirtió y Nate frunció el ceño porque estaba seguro de que no se había equivocado en nada mientras ayudaba a Blair con sus sesiones de terapia.
—¿Cómo que no lo estoy haciendo bien? —replicó—. Estoy seguro de que no me he saltado ningún ejercicio.
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