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Cuando Paula escuchó eso, apretó con fuerza el pescado seco que tenía en las manos.
—No puede ser. Cuando la anciana me confió a Vivianita, me dijo que no esperaba que la niña fuera rica, solo que viviera tranquila y segura.
—¡Pero el problema es que ahora ya no está segura! —Los ojos de Isabella se llenaron de lágrimas: —A mí también me duele en el alma... La criamos para que fuera educada, sensata, tan delicada como una flor. Es mi tesoro. Pero mírala ahora, ¿en qué se ha convertido su matrimonio? ¿Cómo es posible que la hayan maltratado así? Todo se ha reducido a que no tenemos respaldo, ni tenemos poder. ¡Si supieran que es hija de la familia Martínez, ¿crees que se atreverían a tratarla de esa manera?! ¡Seguro que esa tal Dolores hasta querría congraciarse con ella!
—Ay... —Paula suspiró de nuevo: —Pero la familia Martínez también es un entorno bastante peligroso. Ahora la niña solo está sufriendo algunas injusticias; si regresa a la casa de los Martínez, podría perder hasta la vida.
...
—No hablemos más de esto. Y mucho menos delante de Vivianita. No se dice ni una palabra, ¿entendido?
—Sí.
Isabella lo entendió de inmediato.
Aun así, en su interior, la indignación seguía latente. ¡Viviana era tan buena! ¿Por qué tenía que ser tratada así?
En el segundo piso.
Viviana había visto atenta cómo, hace un momento, Isabella y Paula estaban secando pescado, y, de la nada comenzaron a discutir. Isabella tenía los ojos rojos y Paula una expresión severa.
Ella bajó corriendo las escaleras.
Se acercó a ellas y, tomándolas del brazo a cada una, dijo con una linda sonrisa: —Hoy al mediodía quiero que prueben mi sazón. Aprendí una receta buenísima de carne de res de un señor, está para chuparse los dedos.
—Está bien, vamos a ver qué tal cocinas. —Isabella acarició con cariño el rostro suave de Viviana.
Paula sonrió feliz y le pellizcó la nariz: —Ay, esta golosa nuestra... Siempre pensando en comida. Ten cuidado o te vas a convertir en una gatita gorda.
—¡Pero los gatitos gordos son adorables! Rechonchitos y tiernos. Así podría tranquilamente ganarme la vida solo con mi ternura y quedarme aquí con mi abuela para siempre.
—¿Y no lo has hecho ya? Cuando eras niña, cada vez que tus padres venían a recogerte, había que convencerte durante largas horas para que te fueras. Y no bastaba con llevarte a ti: ¡también querías que Chispa y Bobo se fueran contigo!
...
Paula empezó entretenida a contar anécdotas de cuando Viviana era pequeña.
Viviana recordaba algunas con claridad, otras ya se le habían vuelto bastante borrosas. Chispa era una gatita blanca de orejas puntiagudas, y Bobo, un lindo perrito amarillo de patas cortas. Alberto los había conseguido en el pueblo para que ella jugara. Luego, cuando se fue a la ciudad a estudiar la primaria, sus padres no le permitieron llevarlos.
Solo podía verlos durante las vacaciones.
Cada vez que se iba o llegaba, ellos estaban expectantes sentados sobre la mesa de madera junto a la puerta.
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