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David no se movió.
Un par de ojos profundos, y encantadores la observaban en silencio.
Viviana no quería cruzar miradas con David. En cuanto él la miró y sus ojos se encontraron, ella apartó los suyos de inmediato.
David mantenía la vista fija en su rostro.
Ella, en cambio, miraba el cuello de David.
Sus miradas no coincidían para nada.
El tiempo pasaba segundo a segundo; la habitación estaba sumida en un silencio sepulcral. Ella esperó bastante rato, pero David seguía sin hacer ningún movimiento.
Entonces comenzó a impacientarse.
¿No sería que... Quería que ella le ayudara a quitarse la ropa?
Viviana no pudo evitar alzar la mirada, con intención de hablar, pero sin saber por dónde empezar. Al final, tan abrumada se sintió que actuó con total rapidez: —¡Ven yo te ayudo a quitártela!
¡No era más que quitarle la ropa para ponerle el medicamento y listo!
En lugar de andarse con rodeos, mejor terminar con eso de una vez.
Esta vez no esperó ninguna reacción de David. Se inclinó hacia su pecho.
Una ráfaga de su aroma pronto rozó el rostro de David.
Diez dedos delgados como tallos de cebolla se posaron justo sobre su pecho.
El tiempo pareció detenerse en ese apacible momento.
Pum, pum, pum...
Los intensos latidos de su corazón, hicieron que las pupilas de Viviana temblaran de forma involuntaria.
Su mente se quedó en blanco.
Y sus manos también se detuvieron.
Pensaba empezar desde la abertura delantera de la bata, deslizarla con delicadeza hacia atrás, pero en cuanto sus dedos tocaron ese pecho cálido y firme, y sus ojos vieron el contorno de los músculos bajo la tela de seda, se sintió sobre estimulada.
—Secretaria Viviana, ¿exactamente... qué pretende hacer?
Una voz grave, con una pizca de duda y suspicacia, sonó de pronto en su oído, acompañada de un aliento tibio y perfumado que le rozó la piel del rostro.
Le causaba cosquillas.
Cosquillas que hacían que sus zonas más sensibles se estremecieran.
Viviana retiró la mano de golpe: —Voy a cambiar de posición.
David: —¿Todavía vas a cambiar de posición?
Viviana, algo frustrada: —No es lo que estás pensando... ¡Solo quiero quitarte la ropa!
¡Y al decirlo de esa manera, notó que sonaba aún peor!
David soltó una risa: —Baja la voz, no te alteres tanto.
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