Resumo de Capítulo 15 – Uma virada em Borracho y Atrevido: ¡Besé a un Magnate! de Internet
Capítulo 15 mergulha o leitor em uma jornada emocional dentro do universo de Borracho y Atrevido: ¡Besé a un Magnate!, escrito por Internet. Com traços marcantes da literatura Arrepentimiento, este capítulo oferece um equilíbrio entre sentimento, tensão e revelações. Ideal para quem busca profundidade narrativa e conexões humanas reais.
Enrique parloteaba desde un lado.
David, con la mirada baja, observaba a la mujer en la pantalla: vestía un traje negro de oficina, se veía resuelta y elegante, segura de sí misma y con una dignidad que emanaba de todo su ser.
No pudo evitar recordar las veces que se había cruzado con ella.
Desarreglada, abatida pro completo, hecha pedazos... Y hoy... Esforzándose un poco por agradar, pero incapaz de soportar la humillación, huyó despavorida y llena de vergüenza...
Una ligera incomodidad se instaló en su pecho.
Reconocía que, con lo que había dicho hoy, se había pasado de cruel.
...
Cerca de las nueve de la noche, Viviana se despertó y fue a la cocina a prepararse unos fideos. Su celular sonó varias veces.
Era un mensaje.
Lo había enviado Enrique.
Desde la vez que le escribió preguntando la estatura, el peso y las medidas del señor David, él no le había vuelto a responder.
Pero esta vez, de repente, le había contestado con un conjunto de números.
Y unas cuantas líneas adicionales: —El señor David dijo que le debes un traje. Como teme que te confundas al comprarlo, me pidió que te informara sus medidas.
Viviana leyó asombrada el mensaje con expresión de incredulidad: —¿¿??
¿Qué significaba todo eso?
¿Qué clase de mensaje era ese?
¿Acaso... había cambiado de opinión y quería darle una oportunidad?
Apenas surgió esa idea, ella misma la frenó.
No. Lo peor sería ser egocéntrica... Si pensaba de manera objetiva, también existía otra posibilidad: tal vez él desconfiaba de que usara lo del traje como excusa para ir a buscarlo otra vez. Así que decidió adelantarse y dejarle claro que no quería juegos.
Si ella malinterpretaba sus intenciones, si creía que era una señal y se presentaba con un traje como muestra de humildad, tal vez él volvería a menospreciarla.
Viviana sí quería ese trabajo.
Pero realmente no al precio de su dignidad.
Cautelosa, respondió: —Entendido, ya anoté las medidas. Lo compraré pronto y te lo enviaré por correo.
Enrique leyó con rapidez el mensaje y se lo comunicó enseguida a David: —La señorita Viviana dice que ya anotó las medidas, que te lo enviará pronto por correo.
¿Por correo?
David, que estaba leyendo con gafas de montura de platino, alzó apenas la vista, y su mirada se tornó un poco más profunda.
—Hmm.
Soltó un leve sonido nasal, y con sus largos y finos dedos blancos como el marfil, pasó la página del libro sin mostrar mayor reacción.
—¿Quiere que...? —Enrique, que conocía bien al señor David, entendía claramente que ese gesto había sido una forma de brindarle a Viviana una oportunidad. Sentía una gran simpatía por ella, así que quiso añadir algo más: —¿Quiere que le insinúe algo?
—Si ella no quiere, no hay por qué insistir.
—¿Y cómo sabe que no quiere?
Enrique pensó que esa frase sonaba bastante contradictoria, por cierto pero decidió no decir nada más.
...
Viviana fue a comprar el traje al día siguiente.
Apenas salió de casa, un auto comenzó a seguirla.
Recorrió varios centros comerciales en Altoviento, comparando una y otra vez modelos y tejidos similares a ese traje gris que él había llevado.
Estuvo más de dos horas buscando entretenida, tanto que las piernas le dolían de caminar, y aún no encontraba el adecuado.
No es que los trajes grises fueran difíciles de encontrar, pero el de él era claramente una confección de alta costura hecha por un sastre de élite a la medida; ni siquiera las marcas más prestigiosas podían competir con este traje.
Se sentó en una banca al aire libre, y en su mente apareció de repente la imagen de él recibiendo el traje con esa expresión altiva, entre caballeroso y desdeñada...
—Ay, ya qué.
No importa si le gusta o no.
Después de descansar un poco, entró decidida a una tienda que ya había visto antes y eligió un traje gris de textura y color similares. Mientras la dependienta buscaba concentrada la talla adecuada según sus indicaciones, comentó con una sonrisa de envidia: —Su esposo tiene un cuerpo espectacular, ¿es acaso modelo?
¿Modelo?
Je, je... Si el señor David oyera eso, seguro lo tomaría como un verdadero insulto.
Viviana salió apresurada de la tienda con la bolsa y enseguida le envió un mensaje a Enrique para pedirle la dirección de envío.
Mientras escribía con la cabeza agachada, alguien que la había seguido desde que salió de casa le tomó fotos a escondidas y se las envió enseguida a Cipriano.
En ese preciso momento, Cipriano acababa de regresar a la oficina luego de una reunión.
Viviana no había preparado nada para él.
Y tampoco tenía intención alguna de hacerlo. Sacó una sopa instantánea en vaso, que ni siquiera recordaba cuándo había comprado, tal vez hacía más de un año, y se la lanzó.
Cipriano quedó en absoluto silencio.
—Mejor sal a comer por ahí. —¿No te fascina todo lo que está afuera? La comida callejera, las mujeres fáciles, las camas ajenas... Todo lo sucio de allá afuera siempre te ha resultado resulta más apetecible que lo que tienes en casa. ¿No es así?
…
¿Lo estaba echando?
La buena disposición que había mantenido todo el día se le congeló al instante: —Las esposas de los demás preparan comida caliente y esperan a sus maridos cariñosas... ¿y tú solo me das sopa instantánea?
Viviana pensó por unos minutos: No ponerte veneno en esa sopa ya es mi último acto de piedad hacia ti.
No tenía ganas de discutir: —Solo había una sopa de tomate. Y era para mí, pero te la doy.
Eso lo enfureció de verdad: —¿Olvidaste que nunca como tomate?
Viviana de manera distraída se dio una palmada en la frente: —De verdad lo olvidé.
Cipriano la miró con frialdad por un rato, luego se dio media vuelta con malgenio y subió las escaleras.
Viviana se llevó la sopa de tomate al comedor, encendió un programa de comedia absurdo y se sentó a comer mientras se reía.
...
Cipriano estaba solo en el estudio, masticando desesperado su frustración.
La mujer que en la mañana se había pasado tres horas eligiendo con esmero un traje para él, ¿por qué actuaba tan distinta ahora que estaba en casa?
Aunque él no le hubiera avisado que regresaría a cenar, lo mínimo era que saliera a comprar algo y al menos le cocinara.
¡Y encima de todo ya ni recordaba sus gustos!
Su estado de ánimo estaba en realidad por los suelos.
Se levantó y fue al vestidor, con la intención de ver qué tipo de traje le había comprado.
Buscó ansioso por todas partes, pero no lo encontró. Justo cuando pensaba bajar a preguntarle, se detuvo en seco en la puerta.
Volteó la vista al vestidor.
¿Por qué había tan pocas cosas de ella?
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