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Angeline caminó de vuelta abajo con una alicaída expresión en su cara. Agarrándose al brazo de Jay, ella se quejó: “¿Por qué ellos no me prestan atención?”.
“Esta bien, yo te prestaré atención”, Jay respondió descuidadamente.
Angeline enterró su cara entre las rodillas de él y dijo de forma gruñona: “Jaybie, tú sigues siendo la persona que me trata mejor”.
Jay alborotó el cabello de ella gentilmente. “¿Te acabas de dar cuenta?”.
“Sì”. Angeline puso su cara contra la palma de él.
Jay levantó sus ojos para mirar las puertas de los cuartos de los niños que estaban completamente cerradas. Él quería decirle a ella: ‘Olvidaste decirles que tú eres Rose Loyle, su mami. Los niños piensan que tú eres una nueva mami. Es normal que te ignoren’.
Sin embargo, cuando vio lo adorable que se veía ella mientras se le recostaba encima, él suprimió las ganas de decirle la verdad.
“Angeline, vamos a dar una vuelta”, él dijo, sugiriendo repentinamente.
Angeline lo empujó hacia la puerta.
Ese día, el sol brillaba en el cielo, y la temperatura era perfecta.
Una maravillosa reacción química ocurrió cuando el reservado y frío Jay Ares estaba junto a la impresionante Angeline Severe.
La frialdad que emanaba de Jay se derritió, y su cara, que usualmente tenía una expresión severa en ella, gradualmente dió paso a una de tierno afecto. La sonrisa poco profunda que cubría su cara lo hacía ver infantil y aún más atractivo.
Angeline estaba a cargo de llevarlo en silla de ruedas. Ella ocasionalmente picaría los hombros de él juguetonamente, o estiraba sus brazos por su cuello para acariciar los cachetes de él.
Jay no sentía más que cariño por las inquietas manos de ella.
Jay y Angeline dejaron de avanzar cuando llegaron a la banca esculpida bajo el árbol de Jacarandá azul.
Ella masajeó las piernas de él, trabajando como una abeja ocupada.
“Con mis masajes, serás capaz de volver a ponerte de pie”. Angeline miró a Jay, sus inocentes ojos se inundaron con una expresión amorosa.
Jay respondió: “¿Por qué debería levantarme? Esto está bien”.
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