Aquella noche, no volví a casa. Me enrosqué en un banco del hospital y pasé la noche ahí.
Al día siguiente desperté ardiendo en fiebre, mi celular no había sonado en toda la noche, ni una sola llamada de Renán.
Sentada en el banco, llamé a mi compañero Cecilio: "Ceci, lo de irme a estudiar al extranjero, ya lo pensé bien".
"¿Nayra, estás resfriada?", supongo que notó algo extraño en mi voz, Cecilio me preguntó preocupado.
"Sí, ayer me atrapó la lluvia y hoy estoy algo resfriada".
"¿Dónde estás? Te llevo algo para el resfriado", me propuso Cecilio con urgencia.
"Si hoy envío la solicitud, ¿cuándo sería lo más pronto que podría irme?", le pregunté con ansias. En el fondo, ya había tenido la corazonada de que, si no me iba pronto, podía acabar mal, pensaba que podría morir a manos de Renán, por lo que quería vivir bien, lejos de él; con solo alejarme, todo terminaría.
"Si aplicas ahora, en dos meses te llega la notificación de aprobación, voy a pedirle al profesor que apure el asunto. Apenas te avisen, te compro el pasaje", me dijo Cecilio, algo inquieto. "¿Estás muy mal? ¿Voy por ti?".
"No te preocupes, ya estoy en el hospital, gracias".
Pensé que en dos meses podría dejar atrás Monte Azur, escapar de ese lugar y huir de Renán.
Colgué y salí del hospital, caminando por el callejón del hospital, de repente me sentí perdida, sin saber a dónde ir. Con mis padres fallecidos en un accidente y la casa vendida para pagar deudas, no tenía ni un rincón a donde ir aparte de la casa de la familia Hierro. Ni siquiera sabía dónde estaba mi hogar.
La cabeza me daba vueltas y encontré un rincón para sentarme y apoyarme en la pared para seguir durmiendo. No sé cuánto tiempo pasó, pero al despertar, tenía un abrigo viejo colocado con cuidado sobre mí, ese abrigo estaba claramente lavado; miré a mi alrededor, el callejón estaba desierto.
Al levantarme, vi dos panes envueltos en una bolsa de plástico. Sonreí con amargura, parecía que algún alma caritativa me había tomado por una mendiga y se había compadecido de mí.
¿Una mendiga? Parecía que sí.
Renán me había dicho una vez: "Vives en mi casa, comes de lo mío, ¿en qué te diferencias de una mendiga?".
En realidad, no había diferencia.
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