Tarah O'Kelly
“Respira profundo Tarah, no vayas a pelear con tu padre, porque vienes llegando, mejor cálmate y hablas”, me dije contando hasta diez, porque en verdad no quería conflictos y en mi estado no era bueno tenerlos.
Así que opté por quedarme en silencio, ni siquiera supe por cuanto tiempo procesando la propuesta de mi padre. Sabía que mi familia estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ayudarme, pero casarse con Paul Tremblay, un hombre al que nunca había visto, porque era dueño de la primera empresa fabricante de aviones del mundo era una decisión importante y comprometedora.
Finalmente, cuando me sentí más calmada, levanté la mirada y me dirigí a mi padre con determinación.
—Papá, entiendo que estés tratando de protegerme y a mi hijo, y sé que tu oferta viene producto de tu amor y preocupación por mí. Pero casarme con un hombre que no conozco, no lo voy a hacer, ni menos arriesgarme a exponer a mi hijo.
Mi padre asintió, pero no me dio la razón.
—Tarah, esta es la mejor manera de destruir a los Kontos, porque tendrás la posibilidad de no venderles aviones, ni repuestos, los vas a cercar y esa es la menor manera para acabar con ellos —expresó con vehemencia.
Me quedé pensando en lo que dijo mi padre y, aunque me parecía razonable su argumento, no podía aceptar un matrimonio por conveniencia. Además, ¿cómo podría estar segura de que Paul Tremblay no tenía segundas intenciones en todo esto? Me parecía demasiado bueno para ser verdad ¿Qué ganaba él con este matrimonio? Negué con la cabeza, porque a estas alturas de mi vida sabía que la gente no hacía nada por nadie gratis.
—Lo siento, papá, no puedo hacer esto, papá. Sé que quiero destruir los Kontos, pero con tu apoyo puedo encontrar otras maneras de lidiar con ellos que no sean estas. No voy a arriesgar mi felicidad y la de mi hijo al casarme con alguien que nunca he visto en mi vida.
—¿Crees que soy capaz de arriesgarte? Eres mi hija y eres lo más valioso para mí —sentenció mi padre.
—Entonces padre, si soy tan valiosa para ti, respeta mi decisión porque no me voy a casar con ese hombre, espero que me puedas entender y no hagas que arrepienta de haber regresado —articulé con firmeza y comencé a salir de allí.
—¿Dónde vas? —me preguntó mi padre preocupado.
—Voy a dar una vuelta a pie, porque necesito aire fresco y despejarme la mente —respondí mientras salía de la casa sin mirar atrás.
Caminé hasta llegar a la verja, en un principio, pensé en limitarme hasta llegar solo a este lugar, pero decidí ir a un parque, recorrí los kilómetros que me separaban y me senté en uno de los bancos, me limpié el sudor que recorría mi frente, cuando de pronto escuché unos gemidos, vi a un hombre sentado en un banco cercano que tenía una de sus manos en la garganta, mientras con la otra trataba de tomar un inhalador, luchando por respirar.
De inmediato me levanté y corrí hasta él, tomé el inhalador y se lo puse en la boca, él lo tomó y comenzó a usarlo, por suerte como era azafata tenía conocimientos de primeros auxilios, Después de unos momentos, el hombre comenzó a respirar con más facilidad y pudo hablar.
—Está bien, ¿Necesitas ayuda? ¿Llamo a emergencias? —pregunté.
—Gracias... gracias por tu ayuda. Pensé que me moriría —dijo con alivio.
—No hay de qué. Estoy aquí para ayudar. ¿Te encuentras mejor ahora? —pregunté con preocupación.
El hombre asintió de nuevo.
—Sí, gracias a ti por ayudarme. Tengo cáncer de pulmón, además, tengo una enfermedad pulmonar obstructiva crónica, por eso necesito el uso de un inhalador pulmonar para tratar mis problemas respiratorios concurrentes. Me escapé de mis cuidadores, estor harto ¿A veces me pregunto si vale la pena alargar mi martirio, cuando no tengo nadie por quien luchar? No tengo esposa, ni hijos. Los seres humanos nos olvidamos de la naturaleza mortal de nuestro cuerpo, creo que una parte de nosotros piensa que vida era para siempre… de nada sirve el poder, el dinero, porque estamos vulnerable frente a la muerte.
Sus palabras me conmovieron, se veía que era un hombre de no más de cuarenta años, atractivo, aunque no lo conocía, me preocupaba esa actitud indiferente, como si no lo interesara vivir.
—¿No tienes una novia? ¿Algo de lo que puedes aferrarte? —pregunté con curiosidad.
—Creo que en mi vida, hasta ahora, eres la única persona que se me ha acercado para ayudarme, sin ningún interés, los demás siempre lo han hecho porque buscan algo y eso me hizo ser desconfiado en mi vida… y ahora ni siquiera el dinero me sirve… porque me acaban rechazar para casarme —pronunció con una carcajada riéndose de sí mismo.
—No te desanime como me has contado tu historia, te voy a contar la mía, a veces nos resulta abrirnos más con un extraño que con la gente que conocemos —pronuncié.
El hombre escuchó con atención mientras yo le contaba mi historia, dese que me fui de la casa de mi familia, mi amor fallido. Pude ver en sus ojos un brillo de empatía, como si pudiera entender exactamente lo que estaba sintiendo.
—Y ahora estoy embarazada, de un hijo que seguramente al crecer me preguntará por su padre y yo tendré que herirlo, diciendo que no lo quiso —no sé si era producto de mi embarazo, pero en ese momento tenía mi sensibilidad a flor de piel, y comencé a llorar.
Él me abrazó, consolándome, mientras mi cuerpo se estremecía producto del llanto. Después de unos momentos, me separé de él y lo miré a los ojos, agradecida por su apoyo.
—Gracias por escucharme y consolarme. Me has hecho sentir mejor. ¡Qué vergüenza! Debí haber sido yo que te consolara —dije apenada.
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