Tarah Kontos
Alexis apretó los puños con furia, sus ojos lanzando chispas de enojo.
—Esto no es una broma, Tarah. No sé si te das cuenta de la magnitud de lo que está sucediendo aquí. Mi vida está hecha un desastre.
Levanté una ceja y me crucé de brazos, intentando mantener una actitud desafiante a pesar de la situación.
—Oh, creo que sí me doy cuenta. Pero la culpa es tuya, se los advertí, él que por su gusto peque que vaya al infierno a quejarse. Además, va a ser divertido para la gente especular como un magnate griego con problemas familiares y su esposa, destruyen una habitación de hotel en su noche de bodas, a lo mejor piensen como yo, que creí era parte de la tradición griega.
Alexis se acercó a mí, su mirada intensa.
—Esto no es lo que yo quería, Tarah… te dije que dejaras a mi hija fuera de todo esto… e insististe en arrastrarla, conmigo puedes hacer lo que quieras, pero con ella no.
Sonreí de manera sarcástica.
—Me sorprende lo maravilloso padre que eres, lástima que eso solo lo aplicas a Thalía y no a mi hijo —pronuncié con amargura—, y ahora deberíamos seguir disfrutando nuestra noche de bodas al estilo Kontos. ¿Qué opinas, mi esposo griego? ¿Por qué no seguimos destruyendo cosas? Porque eso es la tradición, ¿o no?
Alexis me miró con seriedad, pero segundos después su expresión se suavizó, mientras se acercaba a mí de manera peligrosa.
—No, esposa, tengo una mejor manera de celebrarlo —pronunció con voz ronca y sin siquiera dejarme moverme atrapó mis labios.
El beso de Alexis fue apasionado, lleno de deseo y, al mismo tiempo, de una necesidad de liberar la tensión acumulada. Sus brazos me rodearon con fuerza, como si intentara fusionarse conmigo en ese abrazo.
No pude evitar responder con la misma intensidad, entrelazando mis dedos en su pelo castaño y dejándome llevar por la pasión del momento.
La habitación destrozada y el pasado lleno de venganzas parecían desvanecerse mientras nos sumergíamos en el presente. Cada beso, cada caricia, era un recordatorio de que, a pesar de todas las circunstancias, todavía éramos dos personas con deseos y necesidades.
Alexis se separó de mí, viéndome con un profundo deseo, pero al ver la intensidad de su mirada terminé empujándolo, salí corriendo y me encerré en el baño, mientras sentía mi corazón a punto de salírseme por la boca.
Me llevé la mano al pecho, atrapada en un torbellino de emociones, un enredo confuso de deseo, ira, pasión. Estar en la misma habitación que Alexis era un peligroso juego de fuego y hielo, y estaba a punto de perder el control.
Desde el otro lado de la puerta, pude escuchar a Alexis llamando mi nombre. Su voz estaba cargada de urgencia y deseo, y eso solo aumentó mi confusión.
Sabía que no debía ceder a la pasión, que había demasiado en juego, pero mi cuerpo no parecía dispuesto a escuchar la razón.
—Tarah, abre la puerta… tenemos que hablar —lo escuché decir, pero ni loca abriría esa puerta, porque si lo hacía caería en la paila más ardiente del infierno, los besos de ese hombre eran la tentación personificada.
—Lo siento, puedes hablar conmigo a través de la puerta, para eso no necesitas que nos veamos a la cara —grité.
Escuché un suspiro de frustración, respiré profundamente y traté de calmarme. Me decía a mí misma que tenía que recordar por qué estábamos en esta situación, todo era parte de una venganza y una farsa, y no podía permitir que la pasión nublara mi juicio.
—Está bien Tarah, voy a salir… no te voy a obligar a hacer nada que no quieres —pronunció.
¡Idiota! Ese es precisamente el problema, me dije, mi mente no quiere, pero mi cuerpo tal parece que tiene vida propia y está empeñado en llevarme la contraria, está bastante dispuesto. Me metí en la ducha para tratar de apaciguar el fuego que ardía dentro de mí.
La habitación estaba vacía, y un alivio momentáneo me inundó. Me vestí rápidamente con ropa cómoda, ocultando mi piel bajo un pantalón de dormir largo y una franela de cuello alto y mangas largas. No quería darle a Alexis la oportunidad de acusarme de intentar seducirlo.
Mientras esperaba en la habitación, cada sonido me hacía saltar, pensando que era él quien regresaba. Pero el tiempo pasó, y finalmente el cansancio me venció. Me acurruqué en la cama, sintiendo la confusión y la pasión luchando dentro de mí.
Finalmente, el sueño me envolvió, y me perdí en un mundo donde los deseos y la realidad se mezclaban, donde Alexis y yo éramos simplemente dos almas atrapadas en un torbellino de emociones.
Alexis Kontos
El roce de mi piel en el cuerpo de Tarah, sus besos, provocaron un torbellino de pasión en mí, cuando vi que huyó al baño, intenté detenerla, pero ella ni siquiera me prestó atención, sabía que debía salir de allí porque si me quedaba junto a ella no creo que sería capaz de contenerme.
Salí a dar vuelta por la orilla de la playa, mientras pensaba en mi pasado.
Había conocido a la madre de Thalía cuando estaba en la universidad, por meses ella había estado empeñada en seducirme, pero no me gustaban las mujeres intensas ni demasiado lanzadas y ella lo era.
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