Tarah Kontos.
La noticia pareció impactarle a Alexis como un rayo, y el teléfono cayó al suelo desde sus manos. Su rostro se tornó pálido, y una mezcla de terror y desesperación se reflejó en sus ojos. Sin pensarlo dos veces, me apresuré a recoger el teléfono y llevarlo a mi oído.
—¿Esteban? Soy Tarah ¿Qué le sucedió a Thalía? —pregunté con urgencia, no pude evitar el temblor en mi voz.
Desde el otro lado de la línea, Esteban explicó en voz baja y afligida:
“Thalía tomó una sobredosis de pastillas. La encontramos a tiempo, pero no sabemos si logrará superarlo. Necesitan venir al hospital, es el más cercano a la casa de Alexis”.
El impacto de las palabras de Esteban resonó en la habitación, y la angustia se apoderó de nosotros. Yo sabía que Thalía tenía problemas, pero nunca imaginé que llegarían a este punto.
—Vamos enseguida —dije mirando a Alexis con determinación.
Colgué el teléfono y comencé a buscar prendas de ropa para mí y para él, me causó pesar ver a ese hombre con una expresión de miedo, sus ojos se veían rojos.
Me levanté de la cama y lo miré con preocupación.
—Necesitamos ir Alexis. Debes reaccionar, por favor, ella te necesita —pronuncié en tono suplicante mientras golpeaba sus mejillas con suavidad—. Yo te acompañaré al hospital. Estaré allí para apoyarte.
Él asintió en silencio, su rostro reflejaba angustia, dolor, miedo.
Comenzamos a vestirnos rápidamente, la tensión sexual y la pasión que habíamos compartido momentos antes se habían disipado por completo ante la noticia sobre Thalía.
Una vez listos, salimos de la habitación, nos fuimos al aeropuerto que tenía la isla y una vez que llegamos, nos dirigimos al hospital, manteniendo un silencio incómodo en el camino. El temor a lo que encontraríamos en el hospital pesaba sobre ambos y las horas parecían eternas.
Finalmente, llegamos al hospital y nos dirigimos a la unidad de cuidados intensivos, donde Thalía estaba siendo atendida. El rostro de Alexis se llenó de angustia al ver a su hija conectada a máquinas y monitores a través de un cristal. Se veía más frágil y vulnerable de lo que la vi temprano.
—Thalía... hija—susurró Alexis con voz entrecortada.
Lo vi apretar el puño y ponerlo en el cristal, mientras apretaba la mandíbula en un gesto que parecía de rabia y dolor.
—Va a estar bien… ella estará bien… debes tener fe —le dije.
—Si ella muere… no creo que pueda soportarlo… siempre hemos sido ella y yo… tienes razón si hubiese sido un buen padre, mi hija no preferiría estar muerta en este momento —pronunció con voz quebrada.
—No hagas caso de esas palabras, no son ciertas, solo tenían el propósito de herirte, no las consideres —expresé sintiendo la culpa emerger dentro de mí.
Las siguientes horas me mantuve cerca de Alexis, tratando de brindarle apoyo mientras los médicos y enfermeras continuaban su trabajo. Thalía estaba inconsciente, aún no había reaccionado.
—Ya hemos hecho lo médicamente posible… su recuperación no está en nuestras manos, pero donde la ciencia se declara incompetente, la mano de Dios puede manifestarse… no pierdan la fe —pronunció el médico mirando a Alexis con tristeza.
—Lo sé —respondió Alexis con voz sombría—. Por eso estaré aquí para cuando ella despierte, me vea. No la dejaré sola.
Nos sentamos en una pequeña sala de espera cerca de la unidad de cuidados intensivos. El tiempo pasó lentamente, y la angustia en el rostro de Alexis era palpable. Me preguntaba si alguna vez llegaría a perdonarse a sí mismo por los problemas de Thalía.
—Yo solo he sabido consentirla… tratar de llenar el vacío en ella de no haber tenido una madre que la amara… tal vez debí sacrificar más por mi hija… yo no era lo que ella necesitaba —declaró con pesar.
—Claro que no, no digas eso, ella te necesita, ahora más que nunca —dije, tratando de ofrecer algo de consuelo—. No te culpes por lo que ha sucedido. Lo importante es que estás aquí para ella y cuando se recupere de su salud física necesitará tratamiento psicológico, para que pueda aprender a amarse a sí misma.
Él asintió, pero sus ojos seguían llenos de preocupación y dolor. Pasamos horas en silencio, esperando noticias de Thalía.
Ya llevábamos más de veinticuatro horas, y aunque yo había logrado dormir por ratos, Alexis no, tenía profundas ojeras debajo de sus ojos, los cuales estaban inyectados de sangre y una incipiente barba comenzaba a cubrir la parte inferior de su rostro.
—Tarah, deberías irte, seguramente Paul está inquieto por ti, yo me quedaré con Thalía hasta que despierte —me propuso, pero yo negué con la cabeza.
—No te preocupes, Paul está con Sara y Michael, ellos lo cuidarán bien, de todas maneras, lo iban a atender por el tiempo en que estaríamos de luna de miel. Los llamé hace un momento, él está bien, no tienes por qué preocuparte. Mejor vamos al cafetín para que comas algo —le propuse y negó con la cabeza.
—No creo que me pase bocado, hasta que no despierte, ella no comeré —sentenció.
Por más que intenté convencerlo, él estaba negado a hacerlo, por un momento cuestioné la percepción que tenía sobre su papel como padre, y rato después pude comprobarlo.
Bajé al cafetín a comerme algo, mi estómago gruñía del hambre, minutos después de haberme sentado, apareció una mujer, era delgada, un poco más alta que yo, cabello castaño.
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