Tarah Kontos
Me quedé inmóvil en la puerta del baño, con los ojos fijos en el hombre que acababa de salir de la ducha. La sorpresa me dejó sin aliento. Había imaginado a Alexis de muchas maneras, pero nunca lo había visto desnudo, a pesar de que concebimos a Paul, no había tenido oportunidad de verlo.
Alexis me miró con una expresión de diversión en su cara, y con una sonrisa seductora baja braga que hizo temblar mis piernas y envió un sinfín de sensaciones en cada terminación nerviosa de mi cuerpo, debí apretar mis piernas para contener el deseo que se agitó dentro de mí.
Cubrí mis ojos con la mano derecha mientras giraba mi cuerpo para salir de la habitación del baño, pero Alexis, me giró de nuevo hacia él, obligándome a observar su figura musculosa y desnuda.
—¡Lo siento! ¡¿Qué haces aquí?! —murmuré apresuradamente, sintiendo mi rostro arder de vergüenza mientras pronunciaba mis últimas palabras con nerviosismo—. Esta habitación me la asignaron a mí… así que tú estás en la habitación equivocada —pronuncié en tono nervioso.
Por unos segundos un incómodo silencio llenó el ambiente. Me di cuenta de que mi corazón latía con fuerza y que mi mente se llenaba de pensamientos confusos. Mis mejillas ardían y un nudo se formó en mi garganta mientras intentaba apartar mis pensamientos pecaminosos.
—No amada esposa, pienso que estás equivocada, esta no es solo tu habitación, es la nuestra, es decir, tuya y mía —sentenció con descaro.
Mientras hablaba, Alexis dio dos pasos hacia mí con una mirada intensa, como si quisiera devorarme con los ojos. La tensión sensual en la habitación era palpable, y aunque traté de mantener una actitud distante, no pude evitar sentirme atraída por su presencia.
—Y creo que la idea no te desagrada del todo, porque tu imaginación está volando Tarah ó ¿Me equivoco? —preguntó con una sonrisa sugerente.
Tragué saliva, tratando de mantener mi compostura. No podía permitirme ceder a estos deseos prohibidos.
—¡Te equivocas!, por supuesto que no es cierto, solo me sorprendí verte así… no es como si fuera algo tan… ma… —pronuncié titubeante con la mente por completo en blanco por lo que veía frente a mí, aunque tratando de aparentar indiferencia.
Mi voz se apagó mientras Alexis se acercaba aún más, con sus ojos fijos en los míos. Me sentí atrapada en su mirada, y mi mente comenzó a divagar en direcciones peligrosas.
—¿No es como si fuera qué, Tarah?
Susurro mi nombre con un tono profundo y seductor, y su proximidad me hizo temblar.
—Algo… tan grande... he visto más... grande —mentí nerviosa.
Alexis rio suavemente, como si disfrutara de mi incómoda reacción y como si lo que estaba diciendo solo se tratara de un chiste.
—Tarah, ¿En serio? Pues pareces una damisela viendo por primera vez el cuerpo de un hombre o como un niño que entra por primera vez a una juguetería —articuló en tono divertido.
Mientras hablaba, su presencia se volvía abrumadora, y sus ojos parecían desnudarme con cada mirada intensa. La tensión sensual en la habitación era insoportable, y la lucha interna que se libraba en mi interior se volvía cada vez más intensa.
—No es apropiado hablar de estas cosas, Alexis —musité, mi voz apenas un susurro.
Pero mis protestas se desvanecieron cuando Alexis cubrió la distancia que nos separaba y sus labios rozaron los míos, todo sentido de lo apropiado y lo correcto para mí, se derritió en un mar de deseo.
Nuestros labios se encontraron en un beso ardiente, y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, haciéndome temblar.
Su lengua exploró mi boca con hambre, y mis manos se aferraron a sus hombros mientras me dejaba llevar por la pasión que ardía entre nosotros.
Cada caricia, cada beso, nos sumió más profundamente en la lujuria que habíamos estado reprimiendo durante tanto tiempo. Él empezó a despojarme de mi ropa en un frenesí de deseo, sentía que el ardor nos consumía, su fuerte y musculoso cuerpo cubriendo el mío, hacía despertar las sensaciones más intensas que había sentido en mi vida.
Era innegable la química explosiva que compartíamos, una que se había mantenido alimentándose por mucho tiempo en nuestro interior.
Pero en medio del frenesí, una vocecita de razón se alzó en mi mente, recordándome el motivo de haberme casado con Alexis, no podía ceder ante sus intenciones, porque si lo hacía tendría control sobre mí y terminaría enredada en mi propio juego, así que terminé empujándolo lejos de mí con un gemido, luchando contra el conflicto interior que se estaba desatando en mí.
—¡No! ¡Aléjate! No me interesa estar contigo Alexis… entiende que no significas nada para mí… es que ni siquiera te deseo —señalé con firmeza, sintiendo temor de que el latido acelerado de mi corazón terminara dejándome en evidencia.
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