Zachary Hall
Por un momento me quedé estático, con una mezcla de desconcierto y preocupación. No podía creer que la joven misteriosa que había encontrado en mi baño hubiera desaparecido.
Mis ojos recorrieron la habitación y solo encontré en el suelo el algodón con alcohol que había utilizado para despertarla, si no es por eso, habría pensado que todo me lo había imaginado.
De pronto me sentí que estaba atrapado en un enigma sin solución. Salí de la habitación en busca de cualquier señal de la joven. Mi preocupación y el deseo de ayudarla habían aumentado, y no podía permitir que se alejara sin obtener respuestas.
Caminé por los pasillos de la amplia casa, salí al jardín, fui al área de la piscina, pero no la encontré, y no tenía idea de cómo se llamaba porque no me había dicho el nombre. Rato después, cansado de buscarla, decidí regresar a mi habitación, mientras pensaba donde había ido.
—Quizás esté en alguna de esas habitaciones —pronuncié en voz alta.
Me recosté en la cama, pensando ¡¿Dónde se encontraría? ¿Qué le habrán hecho para que cargara esa profunda tristeza a cuestas? Por más intentos de dormir no pude hacerlo, daba vueltas, sin poder dejar de pensar en ella.
Estaba ansioso porque amaneciera y poder encontrar a la misteriosa joven que había aparecido en mi vida de la nada. No sabía quién era, ni qué la había llevado en medio de la noche a mi habitación, pero sentía que había algo en su mirada que me había conmovido profundamente.
La vulnerabilidad que había visto en sus ojos verdes me perseguía, y la necesidad de ayudarla se había apoderado de mí, nunca me había sentido atraído de esa manera por una mujer, la especie de corriente eléctrica que había experimentado cuando la toqué, era única, toda ella era perfecta y no iba a descansar hasta encontrarla.
A medida que las horas pasaban, seguía despierto en mi cama, sin poder conciliar el sueño. La incertidumbre y la preocupación por esa chica me mantenían inquieto. Cada vez que cerraba los ojos, mi mente volvía a las imágenes de la chica asustada en el baño. No podía quitármela de la cabeza.
El tiempo parecía pasar lentamente, deseaba la llegada de la mañana para comenzar su búsqueda. No sabía si ella necesitaba ayuda médica o emocional, pero estaba dispuesto a brindársela. Sentía que tenía la responsabilidad de cuidarla y protegerla, incluso si no sabía quién era ni por qué había llegado a mi vida de esa manera.
Finalmente, cuando los primeros rayos de sol iluminaron la habitación, me levanté de un salto. No había dormido nada, pero la urgencia de encontrar a la joven me impulsaba. Me duché, me vestí rápidamente y salí a buscarla.
Mientras caminaba por los pasillos en busca de cualquier señal de la jovencita, mi mente seguía llena de preguntas sin respuesta. ¿Quién era esa ella? ¿Por qué estaba tan angustiada? ¿Qué le había hecho para ponerla así? Esperaba que ella misma pudiera proporcionarme algunas respuestas cuando la encontrara.
Finalmente, al no dar con ella, regresé de nuevo a mi habitación, aunque esta vez decidí asomarme por el balcón, que casualmente daba a la piscina, cuando miré hacia abajo, contuve la respiración cuando la vi nadando en la piscina. La sorpresa y la alegría inundaron mi corazón ¡Por fin la había encontrado!
Allí estaba ella y parecía estar bien. No pude evitar sonreír, me quedé viendo sus movimientos, eran elegantes y fluidos, como si el agua fuera su elemento natural.
Sin embargo, la felicidad se convirtió rápidamente en preocupación, cuando la vi detenerse en la orilla con la intención de salir, me sentí angustiado, no quería perder ni un segundo. Salí corriendo de la habitación y bajé las escaleras que conducían a la piscina.
Cuando llegué al borde, vi que ella había recogido su ropa y salido del agua, y ya estaba caminando hacia el interior de la casa. La llamé con urgencia.
—¡Espera! ¡No te vayas! —grité—, deseo conversar contigo.
Ella se giró hacia mi sorprendida por mi presencia. Sus ojos verdes me miraron con una mezcla de emoción y desconfianza, pensé que me esperaría, sin embargo, de pronto salió corriendo, yo corrí también desesperado por llegar hasta ella y entender lo que estaba sucediendo, no entendía porque me estaba huyendo. La seguí mientras gritaba tratando de detenerla.
—No te vayas. Por favor, necesito saber quién eres —le pedí con voz suplicante.
Sin embargo, nada la detuvo, traté de alcanzarla, pero ni siquiera tenía idea por dónde se había ido, recorrí los dos pasillos y no di con ella.
—¿Por qué huyó de mí? —me pregunté sin poder contener mi frustración.
De mal humor, regresé a mi habitación en ese momento me llamó mi asistente Milton.
—¿Qué ocurre? —le pregunté irritado.
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