Alexis Kontos
Comencé a contar, desde tres, y enseguida Anthony se rindió y comenzó a decir todo lo que sabía.
—Voy a decirte la verdad… es Rosmar… Tremblay —me dijo Anthony.
Fruncí el ceño porque no conocía a nadie con ese nombre, aunque el apellido era similar al de Paul, el primer esposo de Tarah.
—También puedes conocerla como Rosmary Lanson —agregó y enseguida mi rostro palideció, y de manera involuntaria di dos pasos atrás y él siguió hablando —, ella me dijo que tenía una deuda pendiente con usted y con Thalía y su esposo con Tarah, porque como primo segundo de Paul, y familiar más cercano, esperaba que a su muerte el dinero fuera a parar a sus manos, pero él le dejó todo a ella y a su hijo.
—¿Dónde puedo encontrarla? —pregunté reponiéndome de la sorpresa y sin emitir ningún comentario sobre sus palabras.
—Se está hospedando en el Hotel Aman de la ciudad… y hay algo más… tienen negociaciones y relación estrechas con los Kempless.
Lo miré fijamente, intentando asimilar toda la información que acababa de revelar. Rosmar Tremblay o mejor dicho Rosmary Lanson, la madre biológica de Thalía, no podía creer que no sintiera el mínimo cariño por ella, como para ser capaz de hacerle daño.
—No voy a dispararte, pero tengo suficiente pruebas para llamar a las autoridades y entregarte, por haber vendido las acciones de mi hija sin autorización, voy a denunciarte por e****a, por maltrato, no te voy a dejar impune por lo que hiciste.
Tomé mi celular y marqué a la policía mientras el rostro de Anthony se contrajo en una mueca de temor y sorpresa. Su mirada desesperada buscaba una salida, pero su voz temblorosa intentaba explicarse.
—Por favor, espera… no sabes toda la historia. Fui manipulado, ella me ofreció dinero y me amenazó si no cooperaba.
Su súplica resonaba en la habitación. Aunque sus palabras no despertaban la mínima compasión en mí.
—No trates de justificarte Anthony, cuando maltratabas a mi hija, ellos no estaban para mandarte, fue decisión tuya hacerlo, así que no lograrás obtener ninguna compasión de mí.
Terminé de llamar a la policía y en menos de diez minutos estaban en la puerta del apartamento.
—Es hora de enfrentar las consecuencias de tus acciones.
El timbre de la puerta sonó.
—¡Levántate! —le ordené, pero él estaba reacio a hacerlo—, te levantas por las buenas o yo lo hago por las malas.
Por fin lo hizo, caminé con él hacia la puerta, principal, lo dejé caminar delante, mientras yo mantenía apuntándolo con el arma. A medida que avanzábamos, Anthony parecía haberse resignado a su destino.
Sin embargo, cuando llegamos a abrir la puerta, se les lanzó a los oficiales, mientras pedía auxilio.
—Ayuda, este hombre invadió mi casa —dijo Anthony, haciéndoles creer a los oficiales que era yo el delincuente y él quien los había llamado.
Así fue como el caos estalló en el apartamento mientras Anthony gritaba desesperadamente y señalándome como el supuesto delincuente. Me vi en medio de una situación confusa y peligrosa. Mientras intentaba explicarles la verdadera situación, Anthony aprovechó la distracción para intentar escapar.
Los policías, desconcertados por la repentina confusión, intentaron contenernos a ambos. No podía permitir que Anthony escapara y siguiera con sus acciones irresponsables. Con determinación, intenté aclarar la situación.
—¡Deténganlo! ¡Fui yo quien llamó a la policía! —grité, tratando de recuperar el control de la situación.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Anthony logró soltarse y corrió por el pasillo. Sin pensarlo dos veces, tomé un objeto de plástico que reposaba en una mesa a un lado de la puerta y se lo lancé, el objeto dio de lleno en la cabeza de Anthony, quien se tambaleó y cayó al suelo, justo frente al ascensor.
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