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CEO te equivocaste de esposa (Luciana y Alejandro) romance Capítulo 248

«¿Qué demonios está pasando con Luciana?» pensó Sergio, nervioso.

¿Acaso estaba jugando con Alejandro?

El reloj avanzaba lento pero implacable. El sol, que al principio iluminaba el salón, comenzó a descender en el horizonte, alargando las sombras.

***

Para cuando la cirugía terminó, ya eran más de las cinco de la tarde.

—¡Demonios!

Luciana salió apresuradamente del quirófano, con el corazón latiéndole rápido. Se dio una ducha rápida y corrió hacia la oficina para buscar su celular.

Al encenderlo, vio varias llamadas perdidas de Sergio. Sin perder tiempo, lo llamó.

—Sergio, soy yo.

—¡Luciana! —La voz de Sergio sonaba tensa, pero contenida—. ¿Qué pasó? ¿Por qué no viniste?

Luciana se pasó una mano por el rostro, tratando de aliviar la tensión.

—Lo siento. Hubo una emergencia de último minuto y no tuve tiempo de avisarles…

De pronto, otra voz tomó el control de la llamada.

—¿Dónde demonios estás? —rugió Alejandro desde el otro lado de la línea.

Luciana, sorprendida por la furia en su tono, preguntó sin pensar:

—¿Sigues en el registro civil?

—¡¿Qué crees?! —El tono de Alejandro se volvió más agudo, lleno de sarcasmo y frustración—. ¿Adónde más crees que habría ido?

Luciana tragó saliva, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba.

—Voy para allá ahora mismo.

Colgó y salió corriendo del hospital.

Tomó un taxi a toda prisa, mirando nerviosa el reloj en su teléfono.

«¿El registro cierra a las cinco y media o a las seis?»

Rezaba porque fuera la última opción.

Sin embargo, el tráfico no estuvo de su lado. Cuando llegó al registro, el reloj ya marcaba más de las seis.

Al bajar del auto, lo primero que vio fue a Sergio, de pie junto al Bentley Mulsanne, agitándole la mano para llamar su atención.

—¡Lo siento! —Luciana llegó corriendo, jadeando mientras se acercaba.

—No me lo digas a mí —respondió Sergio, señalando hacia el auto—. Él está adentro.

—Entendido.

Luciana asintió, respiró hondo y abrió la puerta del coche. Subió con cuidado, cerrando tras de sí.

Desde su asiento, Alejandro no dijo nada. Su perfil era impecable, pero su expresión sombría y tensa era imposible de ignorar.

Luciana lo miró con cautela, midiendo sus palabras antes de hablar.

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