Alejandro tampoco tenía idea. No tuvo tiempo de responder antes de que el elevador se detuviera abruptamente. En el siguiente instante, las luces se apagaron.
—¡Ah! —Luciana gritó, asustada. La oscuridad era total.
—¿Alejandro? —llamó, con la voz llena de incertidumbre.
—Aquí estoy.
Antes de que pudiera reaccionar, sintió cómo la envolvía un par de brazos cálidos y fuertes, un contacto familiar que hacía tiempo no sentía.
El aroma a menta y colonia masculina llenó el aire. Alejandro la sostuvo con firmeza, presionando suavemente su barbilla contra la parte superior de su cabeza. Su voz, baja y ligeramente ronca, tenía un efecto tranquilizador:
—No te preocupes, solo es una falla en el elevador. Alguien vendrá a repararlo pronto.
—...Está bien.
A pesar de sus palabras, Luciana no podía evitar sentirse aterrada. Los fallos en los elevadores eran cosas que solo había visto en películas. Aunque en las historias siempre había un final feliz, en la realidad, ¿quién podía asegurarlo?
—¿Cuánto tiempo tendremos que esperar? ¿Y si nadie viene? —preguntó, sin poder ocultar el temblor en su voz.
Alejandro, al sentir cómo se refugiaba más en su pecho, dejó escapar una leve sonrisa.
—¿Estás asustada?
—¿Y tú no?
—Por supuesto que no...
¡CRACK!
Sin previo aviso, el elevador perdió estabilidad y comenzó a descender de golpe.
—¡Alejandro! ¡Dijiste que no pasaría nada! —Luciana gritó, el tono de su voz elevado por el pánico.
La sensación era aterradora: la caída se sentía como si estuvieran saltando de un edificio, y el impacto inminente solo podía significar lo peor.
Antes de que pudiera reaccionar, Alejandro la levantó en brazos y la sujetó contra él.
—¡No te muevas! —ordenó con voz firme cuando sintió que ella intentaba resistirse—. ¿Quieres lastimar al bebé? Si no, quédate quieta.
Incluso en este momento, él pensaba en su hijo.
Luciana sintió cómo su corazón se ablandaba y al mismo tiempo se llenaba de dolor. Levantó los brazos y rodeó su cuello con fuerza. Pensó, con un nudo en la garganta: ¿Sabrá que, en caso de un impacto fuerte, aunque no mueran, las heridas podrían dejarlos paralizados o peor?
El sonido del metal chirriando y chocando llenó el aire. El elevador se sacudía violentamente mientras descendía. Alejandro usaba su cuerpo como escudo, absorbiendo cada golpe contra las paredes del elevador.
—¡Alejandro! ¿Estás bien? —gritó Luciana, desesperada.

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