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Cinco años sin amor: El día que decidí ser yo misma romance Capítulo 37

En medio de una oscuridad tan densa que parecía sepulcral, Camila creyó escuchar algo. No era un sonido humano.

Temblando de pies a cabeza, abrazó sus rodillas y se sentó en el suelo, dejando que un miedo sin nombre la devorara por completo. Sintió que toda su energía la había abandonado en un abrir y cerrar de ojos.

¿Por qué estaba pasando esto?

Solo era incapaz de ver, pero ¿por qué tenía que sentir tanto miedo?

Se esforzó por convencerse de que no era para tanto, pero su cuerpo seguía temblando sin control.

Pasó un buen rato antes de que pudiera reunir el valor para ponerse de pie y dar su primer paso. Tanteando en la oscuridad, finalmente encontró la manija de la puerta, pero, por más que lo intentó, no pudo abrirla.

La puerta de la oficina de Leandro tenía un candado electrónico. Al quedarse sin luz, la puerta se cerraba automáticamente.

—¿Hay alguien? —Camila, al borde de la desesperación, golpeó la puerta con fuerza—. ¿Hay alguien afuera?

—¿Alguien puede oírme? —gritó, buscando una respuesta, alguna señal de auxilio.

Pero ese piso era exclusivo para las oficinas del director. Cuando entró, solo estaba Leandro; el resto de la gente ya se había ido.

El temor volvió a envolverla, como una ola que no se detenía. En medio de la negrura, creyó ver pequeños destellos de luz, como si aparecieran estrellas fugaces en el aire. Cerró los ojos y los volvió a abrir, pero las luces ya no estaban.

¿Se lo estaba imaginando?

Allí, sumida en la oscuridad total, ya no podía distinguir nada. ¿Ahora también estaba viendo cosas que no existían?

Cuando sentía que estaba a punto de perder el control, una voz masculina se escuchó del otro lado de la puerta.

—¿Señorita Guevara?

—¿Señorita Guevara? —insistió el hombre, tocando la puerta de nuevo.

—Estoy aquí —respondió Camila, con la voz entrecortada—. Se fue la luz, la puerta se bloqueó y no puedo abrirla.

—Señorita Guevara, por favor no se preocupe. Voy a buscar una solución.

Luego, el silencio volvió a reinar.

No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera, acompañada por el haz de luz de una lámpara de mano.

Camila, deslumbrada, se cubrió los ojos con la mano.

—¿Se encuentra bien, señorita Guevara? —preguntó el hombre, con evidente preocupación.

—¿Quién eres? —Camila solo podía distinguir que era un hombre, pero no lograba ver su cara con claridad.

—Soy Igor —se presentó él mismo—. Igor López.

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