Camila solo había escuchado que la llamara así cuando estaban en Villa Galaxia. Siempre que estaban fuera, él se refería a ella como “señorita Guevara”.
¿Y ahora de pronto le salía con un “señora Ortiz”? ¿Acaso el sol salía por el oeste?
¿Leandro estaría de acuerdo con eso?
—Súbete al carro —le indicó Leandro.
Camila, sin ánimos de discutir, volvió a negarse.
—No voy a ir. Estoy cansada, solo quiero regresar a descansar.
—Señora, hay gente mirando. Mejor súbase primero —le “aconsejó” Manoel, con esa amabilidad que en realidad era pura presión.
Seguro se refería al guardia de la entrada. Desde que Leandro la había sacado de la escuela, el tipo no les quitaba la mirada de encima.
Al fin y al cabo, afuera del plantel, cualquiera que saliera podía verlos.
Camila no quería que, justo cuando estaban a punto de divorciarse, la gente empezara a hacer chismes sobre ella y Leandro.
Dudó apenas unos segundos y terminó subiendo al carro.
—¿A dónde vamos ahora, jefe? —preguntó Manoel.
Leandro, con voz tranquila y sin emoción, contestó:
—A la plaza central.
Camila se apuró a decir:
—Manoel, ¿puedes bajarme en la siguiente esquina? Tomo un taxi y me voy a casa.
Ella solo había subido al carro, nunca había aceptado ir a la plaza central con él.
Leandro la fulminó con la mirada, y su voz adquirió un matiz más severo.
—Primero tienes que probarte la ropa.
Camila sintió que hablaba con una pared, así que respiró profundo y trató de explicarse con calma.
—Si hablamos de trabajo, ya estoy de vacaciones. Además, soy contadora, no tienes derecho a exigirme que te acompañe a una subasta. Y si hablamos de lo personal, estamos en proceso de divorcio, así que no tiene sentido.
Apenas terminó de decirlo, se le vino otra pregunta a la mente:
—¿Ya recibiste el acuerdo de divorcio?

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