Capítulo 3 – La Caída Frente a Todos
El salón principal de la Clínica Visión Integral estaba adornado con luces tenues, arreglos de orquídeas blancas y una gran pancarta con letras doradas que decía: “Noche de Luz: Gala Benéfica para la Ceguera Infantil”.
Las mesas redondas estaban vestidas con manteles marfil y centros de cristal, rodeadas por empresarios, médicos, inversionistas y figuras públicas. Sofía se desplazaba entre ellos con elegancia silenciosa. Su vestido era largo, azul noche, con una caída suave que acompañaba el contorno de su cuerpo sin exageraciones. El escote era modesto, pero su espalda quedaba al descubierto, realzada por un moño de terciopelo que sujetaba su cabello.
—Doctora Rojas, impecable como siempre —la saludó un senador ofreciéndole una copa de champagne—. Esta gala ha superado expectativas.
—Gracias. Es una causa que vale cada esfuerzo —respondió con la sonrisa justa pero rechazó gentilmente la bebida ofrecida. Esa mañana se había sentido mal de nuevo, ni café pudo tomar en el desayuno ,pero lo atribuyó a la mala noche. Cuando amaneció Adrián ya no estaba y ella sabía exactamente donde pasó esa noche.
Sofía estaba en su mundo: profesional, contenida, centrada. Había pasado semanas organizando aquel evento. Era su forma de poner el foco en su trabajo, en lo que aún le pertenecía. Nada la sacaría de ahí. O eso creía.
Un murmullo creciente quebró la armonía de la música de cuerdas. Sofía se giró y entonces entraron ellos.
Adrián Castell, impecable en un esmoquin negro con camisa blanca abierta en la base del cuello. El reloj plateado brillaba en su muñeca. Su brazo sostenía a Valeria, envuelta en un vestido marfil de gasa, con un abrigo de visón gris claro cayéndole sobre los hombros. Su maquillaje era suave, casi fantasmal. Su cabello suelto en ondas delicadas. Sus pasos… temblorosos, pero medidos.
Valeria alzó el rostro, saludando con una sonrisa que parecía una suplica.
—Buenas noches… qué hermoso todo —dijo con voz lánguida a una periodista.
Adrián murmuró algo en su oído y ella se rió, tímidamente.
Sofía se quedó helada .Adrián no le daba su lugar ni en ese momento tan importante para el proyecto.
Desde la tarima, desde su lugar de anfitriona, los vio pasar como si fuera una invitada más. Él no buscó su mirada en ningún momento. Ella ni la registró.
El jefe de prensa se acercó a Adrián Castell . Él posó con Valeria para las fotos. Le acomodó un mechón detrás de la oreja. Le susurró algo. La escena era de una pareja perfecta, elegante, fuerte pese a la adversidad. La narrativa estaba servida.
Y ahí estaba Sofía, su esposa legal, su aliada silenciosa… la que era invisible para sus ojos.
Cuando el director médico la llamó para abrir la ceremonia, Sofía caminó hasta el podio con la espalda recta. No le tembló ni un músculo. No se quebró emocionalmente.
—Gracias a todos por estar aquí esta noche. Para nosotros, la visión no es solo un sentido, es una promesa de futuro. Esta gala tiene un único propósito… devolverle esa promesa a quienes nacen sin ella y en este proyecto está nuestro sueño.
La gente aplaudió. Adrián recién ahí la miró. Entonces, la mirada fue breve. Lejana. Ella lo sintió como un alfiler clavándose en su corazón.
El discurso siguió con palabras de distintos representantes. La atención fluía con orden, hasta que llegó la hora del brindis central, donde Adrián Castell debía hablar como patrocinador principal.
Sofía le entregó el micrófono. Él lo tomó sin mirarla.
—Castell Group se honra en apoyar investigaciones que cambian vidas. Hoy más que nunca, creemos en la medicina como puente entre la oscuridad y la luz…
Mientras Adrián hablaba, Valeria se llevó una mano al cuello, comenzó a toser sin parar. Dio un paso atrás. El murmullo se encendió.
—Adri… —dijo ella, con voz apenas audible y se desplomó.
El cristal de su copa se estrelló contra el piso. El cuerpo delicado cayó hacia Adrián, quien la sujetó en el aire con ambas manos.
—¡Valeria! ¡Valeria, abrí los ojos! —gritó, con una desesperación que heló a todos.
Sofía dio un paso. Solo uno. Pero nadie la miraba. Todos corrían hacia Valeria.
Adrián la alzó en brazos. El vestido blanco caía como una sábana rota. Su rostro, pálido, los ojos cerrados. Él empezó a caminar rápido entre los invitados.
—¡Llamen a emergencias! ¡Ahora! ¡Al hospital! —bramó, en tono de orden. —¡Preparen mi auto!
Valeria, en su papel, apenas se movía. Una lágrima rodó por su mejilla. ¿Dolor? ¿Actuación? Era imposible saberlo.
Fue entonces que se fueron. Él, con ella entre los brazos. Ella, desmayada en el pecho del hombre de otra mujer.
Y Sofía… quedó ahí.
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