Cuando un beso, sobre todo un primer beso, se torna más de lo que es, en cuanto a sensaciones, es mi tiempo de huir.
Esa era una filosofía que me aplicaba desde toda mi vida adulta, y que tal vez me podía servir en lo que a Alexander se refería.
Dejarme llevar, después, me podría suponer un paso demasiado cercano hacia el final del cuento.
Un cuento en el que me enamoro de él y no consigo evitarlo.
Un cuento en el que no sé quién es él, ni hasta que punto quiere drenarme los sentimientos.
Un cuento en el que la heroína, no tiene ni puta idea de que esperar de su héroe.
Un cuento definitivamente hasta aquel momento, muy mal contado.
¿Pero como lo evitaba?
¿Cómo separaba mi boca de la suya, como me negaba el roce de sus manos, como apagar los gemidos que nos dedicabamos?
¿ Cómo dejar de disfrutar aquel enloquecedor beso?
Sus enormes manos me quitaron el chaleco y lo dejaron sobre alguna parte del timón de la moto sin que su boca perdiera el equilibrio que mantenía sobre mi piel, entraron por debajo de mi vestido, lo subieron hasta sacarlo por mi cabeza, dejándome sobre él, solo en biquini. Tiró el vestido al mar. Nada importaba. Solo el deseo imponía tempos que ambos obedientes de la pasión, seguíamos rítmicos y arítmicos también.
— ¡Déjame sentir solo un poco más!
Esas palabras escaparon de sus labios y quizá hasta de su mente, sin su permiso.
Las ronroneó para mí, y retomó el beso que ninguno de los dos, se decidía a vetar.
No era un beso desesperado, ni atropellado. Era un beso de esos que te endulzan el alma. De esos que se dan suave, comedidos... y sin prisas que empañen la pasión que encierran y el deseo contenido. Era un beso de deseos y mucho más.
Podía sentir su virilidad debajo de mi zona íntima. Y juro por dios que quería seguir y que si él lo intentaba no lo detendría.
En mi defensa debo decir, que no sabía cómo frenar lo que me provocaba, que no era capaz de evadirlo. No podía y no creía poder jamás. Era puro deseo carnal incontenible. Y mucho más que no pude identificar ni justificar. Era más, mucho más de lo que pude y pensé tener que gestionar.
— ¡Regálame más! — me decía entre beso y beso. Casi rogando. Tomando mi pelo entre sus dedos y guiando nuestros rostros para encajarlo en el del otro. Me embelezaba su manera desesperada de besarme y acariciarme.
No entendía lo que pedía pero lo que sí entendía, era el sabor de su boca. Su inevitable boca.
Me pegó mucho más a él y ni el movimiento del mar sobre la moto nos impedía conectar nuestros cuerpos, ardiendo en llamas de lujuria.
Se sentía que sus manos, podían abarcar mi fina espalda y cada movimiento que hacían sobre ella, era un choque más fuerte y profundo entre nuestras bocas, lenguas y jadeos.
Era demasiado intenso el momento que estábamos compartiendo.
Con la respiración agitada, el sexo húmedo y la piel irritada por el contacto excitante con su barba, le dije...
— ¿Que más quieres de mí Alexander? — mordió nuevamente mi labio hinchado y lo estiró entre sus dientes hasta soltarlo suspirando.
— No puedo querer más de lo que ya quiero corazón — rozaba mi cuello con sus nudillos y yo me obligaba a no cerrar mis ojos — pero deseo mucho más de lo que puedo querer.
Metió las manos en mi pelo y me inclinó el cuello hacia detrás, dejando que su boca mordiera mi piel, que sus labios saborearan y adoraran esa zona, tan erógena de mi cuerpo.
Gimió cuando arañé su espalda por encima de su camisa. Mi pecho se pegó al suyo y estoy segura que mis pezones lo tocaron más de lo que ambos hubiésemos querido jamás.
Era como estar hechizada. Su conducta y mi respuesta parecían formar parte de un conjuro inefable. La manera en la que yo dejaba que él manejara mis ganas, haciéndolas suyas... Era incomprensible pero evidente y real. Estaba siendo suya, mientras él se dejaba ser mío.
No era estúpida. Sabía que él era malo. Que había sido frío y calculador para hacer lo que estaba haciendo.
Sabía que me había manipulado para obtener que cediera a firmar el engañoso contrato a ciegas. Sabía que había esperado que me convirtiera en una asesina, para sacar ventaja a su favor. Pero... ¿Cómo anulaba lo que me hacía sentir, lo que deseaba, cómo anulaba a Alexander?
No era estúpida tampoco como para no saber que podía ser parte de su juego, el seducirme. Que cada palabra podía ser estudiada perfectamente por él y para sus fines. Sabía que todo aquello podía ir más allá de una compra- venta bizarra. Sabía que podía destruirme si me dejaba avanzar por su vida y sus sentimientos, haciéndolos míos...
¿Pero como lo resistía? ¿Cómo me detenía? ¿Cómo no claudicar?
¡Por dios que alguien me diga cómo se hace!
Lo que me producía no podía esconderlo por ningún sitio de mí. No lo podía retener. Era cada gesto, cada contacto, cada instante y cada sentimiento que me dedicaba que era imposible esconderse de sentirlo.
Me rebosaba en sensaciones, incluso en tormentos, pero me rebosaba de él... entre sus manos.
La vida me había negado sentir lo que sentía allí y eso era, probablemente la razón por la que caía, con tan poco, que me sabía a tantísimo.
Una mísera semana a su frío lado, me había bastado para deshielar mis sentimientos y mi corazón. Era como una reacción inversa. Una semana me había bastado para evadir de mi conciencia cada grito que me avisaba, cuál alarma inquietante, que no siguiera, que no cayera, que no me dejara...
¿Pero como lo evitaba?
Mientras yo me repetía esa pregunta una y otra vez, él me seguía besando y yo lo acompañaba sin descanso.
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