Alexander
Toda mi vida había sido un maldito loco. Una creación casi satánica de mis padres.
Había vivido de infierno en infierno y arrastrado conmigo a mi averno, a todas y cada una de las personas que habían apostado por mí.
Pero este diablo se postraba hoy a los pies de su santa.
Sentía que ella podía conseguir que sacara de mí todo lo oscuro y llenarme con su luz.
La amaba desesperadamente y me daba pánico el hacerlo, porque sabía, que si revelaba la maligna intención de mi compra, jamás me perdonaría.
Haberle dado opciones me ponía en riesgo pero cuando amamos, dejamos que la persona amada sea libre y eso, era justo lo que quería demostrarle a ella dejándole elegir entre quedarse a mi lado o irse para siempre.
Salí de aquella terraza con el corazón desbocado y el miedo inyectando mis venas. No me recuperaría si la perdía... Sabía que no lo haría.
No quería ni siquiera mirar atrás porque no me atrevía a verla alejarse de mí.
Hacía varios días que había decidido divorciarme de Cristel y no me fue fácil hacerlo, porque aunque ella no podía entenderme estaba rompiendo demasiados esquemas en mi vida para tenerla conmigo.
Aquel divorcio era como un insulto a la memoria de nuestro hijo. Luca nunca me perdonaría que dejara a su madre morir por no poder efectuar mi compra pero el egoísta dentro de mí, me convenció de ir corriendo hacia el amor de Loreine y dejar para siempre de lado, mi enferma conducta oniomana.
No llegué nunca a poner un pie en la escalera.
Cuando estuve a punto de hacerlo, mi nombre gritado de sus labios y su hermosa voz, me hicieron mirar en su dirección y ver cómo corría hasta mí.
Cómo si fuera una película romántica supe la repuesta de su conducta y abrí mis brazos para recibirla.
Ella se dejó cargar por mí, enrredando sus manos en mi cuello y la alcé por la cintura, hundiendo mi nariz en su pelo y besando su cuello expuesto dando vueltas a nuestro alrededor y riendo en su piel como nunca antes en mi vida había reído por felicidad.
— Te amo... Te amo... Te amo — repetía y yo me detuve en seco, dejando que sus pies se apoyaran entre los míos y tomé su cara entre mis manos para beber del manantial de su boca.
La besé como nunca había besado a nadie. Con total libertad. Sin besos comprados. Sin acuerdos firmados y sin nada fingido. La besé como solo un hombre profundamente enamorado puede besar a la mujer que ama... Como un loco la besé.
— Vamos a aprender a amarnos Lore — prometí contra sus labios enredando mis dedos en su pelo — vamos a aprender a dejar todo atrás y a construir una nueva vida juntos, dónde no haya pasado y solo se viva el presente y se añore el futuro. Voy a amarte como nadie podría hacerlo porque no hay dos Alexander ni dos Loreine en todo el mundo. Voy a hacernos tan únicos que no podamos sobrevivir sin el otro. Déjate amar y déjame amarte.
La tomé de la cintura encorvando su cuerpo hacia atrás y el mío hacia el suyo, la besé apasionadamente y cada contacto de su lengua con la mía me hacía sonreír dentro de su boca y tragarme sus suspiros.
Cargué su cuerpo sin romper el beso y subí con ella dentro de mí boca por las escaleras, a ciegas, solo la veía a ella y solo quería que me viera a mí.
— ¡Desnúdame! — imploró cuando entramos en nuestra habitación y llevé mis manos al bajo de su vestido comenzando a subirlo por sus piernas de diosa y saboreando el tacto de su piel en mi hambrientos dedos.
Saqué la ropa por su cabeza y desnudé todo su cuerpo con una voracidad de ella que me hacía endurecerme dentro de mi propia ropa.
Torpemente deshizo mi vestimenta y me perdí en la vista de su desesperación por estar piel a piel conmigo.
Conecté nuestras manos en un solo agarre y las subí sobre su cabeza, para deslizar mis dedos por su piel, desnuda para mí. Se erizó... Jadeé... Gimió cuando me comí su boca y poco a poco la fuí llevando hasta la cama, empujando su cuerpo con el mío y dejando que ambos se convirtieran en uno sobre la sábanas, testigo de nuestra pasión.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El comprador (COMPLETO)