El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 4

Estaba en sus manos.

Él lo sabía y lo expresaba con su actitud sobrada, y yo también lo sabía. El pánico en mis ojos me delataba.

No sabía como había llegado hasta allí, pero lo estaba. Estaba en sus manos y no imaginaba cuánto. En ese momento me hubiese gustado muchísimo saberlo, y eso hubiese evitado pasar por todo lo que vino después... Pero no tenía modo de saber nada más que mi comprometida situación.

No tuve más remedio que asentir, confirmando para los dos, lo que ya estaba más que claro y que a su vez, aceptaba lo que sea que estuviera proponiendo.

¿Quién acepta algo sin saber qué es?... Pues los desesperados como yo. Y me debo el decir... los ilusos como yo.

Aquel hombre, sabía que había cometido un crimen. Se había quedado a verlo todo desde su privilegiada primera fila y no había hecho nada por ayudarme a no delinquir, más bien había esperado que sucediera, justo como él necesitaba que pasara, para luego usarlo a su favor. Había manipulado la escena y estaba más que segura, que podría hacer ver, que lo había hecho yo, de ser necesario.

Se había encargado de despedirme de mi trabajo, sin mi permiso. Había preparado un sin número de situaciones que me impidiera negarme y me pusieran bajo su absoluto control. Y finalmente, llegué a la conclusión de que en caso de salir indemne de todo esto, ya no podía volver al bar. O a mi vida de antes, por muy miserable que fuera.

Huir sería una opción agotadora, sobre todo para alguien sin apenas recursos, así como sin proyectos sólidos para hacerlo.

Y mientras más me encaprichara en llevarle la contraria, estaba segura, que más cosas acabaría poniendo en mi contra con tal de efectuar su compra. Nadie que se tomaba tan a cabalidad un suceso como el que estábamos viviendo, se permite cabos sueltos o finales a medias y lejos de sus intereses iniciales.

Aún no sabía, qué quería comprar, pero era un hecho que algo tenía yo que venderle para que él me persiguiera como lo hacía.

La policía había venido por un llamado anónimo.

El mismo Alexander abrió la puerta y desde allí, me miró intimidante y peligroso, justo al lado de los agentes que me preguntaban si había algún problema pues los mandaron al sitio, por un supuesto alboroto público.

Su mirada y su sonrisa sardónica me decían, que el futuro de mi vida, dependía de su respuesta.

Y respondió enseguida que me vió suspirar resignada, aceptando con mi gestualidad su propuesta.

Sabiendome sin opciones y a su absoluta piedad, les dijo que no había más alboroto en aquella casa, que el de los enamorados que éramos.

¡Maldito cínico mentiroso experto!

— Mi novia y yo, estamos compartiendo un momento... — se detuvo causando intriga — decisivo de nuestras vidas — mentía con frialdad — y tal vez, se nos ha ido un poco de las manos la discusión, pero en realidad, no pasa nada, oficial.

El uniformado nos miraba, observando la diferencia de aspecto que teníamos.

Él elegante y con inevitable presencia millonaria, en medio de un bajareque de casa, con una novia muy guapa sí, pero con más aspecto de mucama que de novia de alguien como él.

Cuando lo ví caminar hasta mí, rodear mi cintura con sus manos y pegar mi cuerpo al suyo, hablando en mi boca, no pude evitar aguantar la respiración.

Nos miramos a los ojos, ardientes de furia. Llevé mis manos a sus brazos y las suyas subieron por mi espalda, saboreando la piel con las yemas de sus dedos. Mi ropa le permitía sentir mi tacto directo a mi piel.

Su nariz colindando con nuestro desafío visual y esos ojos fijos en los míos me supieron a fuego, lujuria y deseo.

No sé porqué, pues en realidad, su gelidéz no encajaba en aquel momento ardiente.

— ¿Entonces corazón, aceptas ? — me preguntó haciendo ver que me pedía posiblemente matrimonio, o algo parecido.

Los malditos policías parecían estar viendo una peli romántica, solo les faltaba darse las manos y besar sus nudillos, soltando suspiros de enamorados.

Malditos imbéciles que eran incapaces de notar la coacción en la escena.

— Sabes que sí, mi vida — pronuncié aquel mi vida con total convicción, en qué él, sería mi vida de ahora en más. Pues evidentemente, mi vida le pertenecía ahora.

Nos miramos por un corto tiempo más y cuando lo ví, intensionadamente, acercarse más a mi boca, temblé.

El impacto fue inexplicable.

Una mezcla entre frío y calor, brasas ardientes derritiéndose por el hielo, consumiéndose una a la otra.

Lo más extraño, es que todo venía de él. Tan helado como cálido. Tan frío como ardiente. Tan él sin ser él.

Un beso a ojos abiertos. Ojos que se gritaban tanto sin poder decirse nada. Ojos asustados y asombrados y ojos, que se prometían cosas que no debían ser prometidas y menos, por personas que se despreciaban como nosotros lo habíamos... O al menos debíamos hacerlo.

Un beso sin lengua, corto pero profundo. De rostros aguantados y suspiros descontrolados. Un beso confuso que no tenía explicación y no intentáramos dársela tampoco. Un beso, a secas.

Con cuidado separé nuestras bocas y nos miramos unos segundos más, hasta que los agentes culpables de mi humillación, se disculparon y marcharon de mi casa, dejándome sola con el señor Mcgregor.

— ¿Le importaría soltarme? — sus manos aún me sostenían. Parecían haberse anclado a mi cuerpo y no sabía cómo me sentía a ese extraño respecto.

Esa simple pregunta se llevó la magia que nunca existió. Era como cuando crees sentir algo que sabes imposible.

Cuando sus muñecas liberaron mi silueta, las llevó a los bolsillos de su traje dejando fuera, solo el elegante reloj.

Un Rolex de oro sin dudas.

Pasé el dorso de mi mano por mi boca y me limpié todo rastro imaginario de sus labios sobre los míos.

Aquel gesto de desprecio no le pasó desapercibido; pero sin embargo no parecía importarle mucho.

— Toma solo documentos personales y alguna cosa de importancia para tí — dijo con desdén y me hizo ademán para que me apurara.

Había tantas cosas que quería saber; pero tenía las posibilidades de controlar las situación en el subsuelo. No existían prácticamente. Me quedaría sin saber lo principal... ¿Que demonios quería comprar?

Cerré la poca casa que tenía y solo tomé lo que me había indicado. Sumé algunas otras cosas, entre las que estaban un ínfimo número de ropa interior y alguna que otra prenda de vestir desgastada.

El cargador de mi añejo celular, que casi parecía ser de antes de nuestra era y poco más.

Deslicé las manos por las desgastadas paredes de aquella casa, que había sido el único espacio donde me sentía en calma, mientras perpetuaba una despedida triste de lo último a lo que podía aferrarme además de mi memoria.

Mis padres me habían traído a este pueblo desde pequeña y aunque no habíamos hecho muchas amistades, alguna historia sí guardaba esta casa.

Desprenderse de algo tan personal, como la casa donde está la mayor parte de tu escencia, tu crecimiento, memorias..., es duro. Triste. Desolador. Sobre todo si esa historia es familiar y profunda.

Cuando bajé, lo ví en la parte baja de la escalera, esperando por mí y me faltó el aire.

¿Cómo podía alguien tan sensual, ser tan cruel?

El contrato 1

El contrato 2

El contrato 3

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