El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 50

El idilio había acabado.

Como todo buen espacio de alegría, fue corto y a tope. Generalmente es así.

Una vez más se demostraba que la felicidad es más efímera que lo efímero. Una redundancia extraña pero ciertamenteuna realidad.

Hasta las cosas más rápidas, son más lentas que los placeres que nos producen felicidad.

Íbamos de vuelta al pueblo, en esta ocasión los cuatro en el mismo avión y con una carga de silencio un tanto incómoda.

Parecía que todos estábamos tramando algo en nuestras mentes,o tratando de solucionar el entramado de otro.

Puro silencio pícaro dentro de aquel avión que llevaba como sobrepeso, la complicidad maquiavélica de cuatro personas que eran perfectamente conscientes de los crímenes de sus homólogos, y además participantes directos en ellos.

A pesar de que no le había dicho a Alexander que su padre quería verme, me sentía nerviosa puesto que tenía la sensación de que lo sabía. Su rostro perfecto estaba perfilado en el desasosiego y eso, era tremendamente preocupante para mí. Si él lograba enterarse de lo que me había hecho saber su padre y que yo se lo había ocultado, se sentiría doblemente traicionado y preocupado.

En algún momento del viaje, tomó mi mano y besó mis dedos, uno por uno, y me sentí una maldita mentirosa. A pesar de que no le estaba mintiendo, esconderle aquella verdad tan escabrosa para él, era una especie de mentira y probablemente de las peores en su clase.

—Tengo que decirte algo —claudiqué en un susurro a su oído.

Sus ojos azules, inyectados en pena me miraron sabedores de cosas que yo creía estar ocultándole.

—No hace falta —dijo bajito y algo compungido —sé que te quiere ver y sé también, que no vas a ir —se me escapó un jadeo sordo —no voy a permitirlo y eso no tiene discusión, aunque, agradezco el detalle de intentar ser sincera... aunque sea un tanto a destiempo.

Retiré mi mano de la suya un tanto molesta. Él lo notó. Ya nos conocíamos bastante. Éramos cómplices.

—No me has dejado libre,¿¡verdad!?.

Le miré evitando gritarle. Tenía ganas de hacerlo. Muchas.

Sus palabras y decretos delataban su mantenido control sobre mí, y dejaban entrever que aún manipulaba mi vida. Y eso, me había cabreado.

Cómplice 1

Cómplice 2

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