Decir que no tenía miedo, era mentir.
Sí lo tenía.
Cualquiera lo tendría.
Aquel hombre, imponente y sumamente poderoso, me tenía a sus pies, casi literalmente. Sometida sobre la cama y muerta de miedo por lo que podría obligarme a hacer.
— Dijiste que no me tocarías — aparqué mis miedos un segundo, traté de controlar el temblor en mi voz, y me arrodillé en la cama, acercándome a él.
Si a los psicópatas había que hacerlos empatizar y funcionaba para salvarte de ellos,¿Por qué a este no?
Más psicópata que el, no conocía a nadie.
Me miró indiferente. Acercó una mano a mis labios, luego de caminar hasta mí y los recorrió con sus yemas, dejando que ellos se resbalaran entre sus dedos y rebotaran contra mis dientes, de regreso a su sitio.
No dejamos de mirarnos en todo momento y yo no fui capaz de apartarlo.
Su mirada de nieve, se veía como indecisa, proyectaba la imágen de un hombre, que no está seguro de lo que quería. Frente a una mujer que juraba saber lo que quería ella, pero no lo parecía en aquel momento.
Este ser que tenía delante y que dejó caer sus dedos por mi mandíbula, mientras yo inclinaba mi cabeza hacia un costado y se detuvo en la arteria yugular de mi cuello, parecía estar teniendo una lucha interna, entre lo que deseaba y lo que deseaba.
Hay veces deseamos más de una cosa y ambas vienen del mismo sitio. Pero te llevan a diferentes direcciones el tomarlas.
¿Cómo se soluciona eso?
— Como verás, ahora te estoy tocando — seguíamos mirándonos y su mano apresó mi cuello, me acercó a su rostro agachándose hacia mí y escupió furioso — evita malentender lo que te digo si quieres saber que esperar de mí. Nunca he dicho que no te tocaría. Es físicamente imposible que teniéndote cerca y en mi cama no te toque.
Me empujó sobre la cama, dejándome confundida y salió de la habitación casi corriendo.
No sé que habrá pasado por su mente, pero lo único importante es que no tuve que desvestirme... Todavía.
Me presioné las sienes y me pregunté en silencio, ¿Por qué me erizaba la piel su contacto?
¿Por qué no lo repelía como al resto de los hombre en mi vida?
¿Por qué justo él, que me enervaba, tuvo que cruzarse en mi camino?
El destino creador de circunstancias y apostador de vidas, tenía la culpa de él entrando en mi vida, de estar yo en la suya y del resultado de la nuestra.
Había vivido hasta ahora libre de órdenes, eso no tenía porque cambiar a estas alturas.
Entré en un cuarto que se adivinaba el ropero y alusiné, nada más entrar.Estaba todo lleno de perchas y perchas de ropa tanto suya como de mujer, supongo que para mí.
Eso era lo que había dicho Mery.
Me perdí en tanta pieza de alta costura, tantos zapatos, algunas carteras y demasiada lencería de encaje fino, que no sabía dónde iba a usar.
Incluso la ropa, no sabía cuándo me la pondría si él no me dejaba salir de aquí.
En su parte había ropa tanto elegante como de sport. Nunca lo había visto de sport y supongo que se verá increíble, ese hombre luce bien hasta en harapos.
Para alguien como yo, que solo ha conocido la miseria, verse de repente entre cosas tan caras y en abundancia, era sublime.
Tomé una ducha rápida, no sabía si vendría y no quería que me encontrara en la tina.Me envolví en una toalla el cuerpo y mi pelo, y volví al vestidor decidiendome por algo neutro, ni provocativo ni recatado.
Me puse un vestido beige, pegado al cuerpo, sin escote y de manga larga, allí había frío. Unas botas negras y sequé mi cabello. Bajé con el suelto, libre de lucir como quisiera hacerlo.
No me atreví a volver al sitio que había visto antes, quizá solo fuera el cuarto de algún criado o algo así. No hacía falta ser adivino para saber que él estaría en algún lugar de la casa y no quería más altercados con él.
Cuando encontré el camino a la cocina, me recibió allí una Mery sonriente.
— Estás hermosa niña, le va a encantar cuando te vea — ya estaba otra vez esta señora, asumiendo que me interesaba hacerme notar por él. Rodé mis ojos pero no comenté nada.
— ¿En qué puedo ayudarle? — pregunté, evitando el otro tema.
— Trátame de tú y no hace falta que me ayudes en nada. Es mi trabajo hacerlo sola cariño. — ella siguió a su ritmo y me iba comentando cosas de la casa.
Yo me había sentado en una banqueta de la cocina y apoyada en la encimera americana, me comía una manzana del frutero mientras ella me contaba, como los pajaritos cantaban en las mañanas en los jardines por la comida que el señor frialdad les mandaba a poner para alimentar a los gorriones. Gesto que me pareció muy tierno para él. Me contó que los caballos andaban por los campos de la propiedad totalmente libres, y que a Alex no le gustaba que ningún animal se sintiera preso. Menudo contraste conmigo. Yo era menos importante que un animal para él, evidentemente.
Otras dos chicas, aparecieron y me las presentó como las dos chicas de la limpieza y las únicas que se movían por la casa. Me parecieron muy amables, aunque me veían extraño.
Pero todo el ambiente se caldeó en cuanto aquella voz helada llenó la estancia.
— Ven conmigo — ordenó con odio.
No sé porqué hacía aquello, no entendía su postura a ratos cercana,otras distante y la mayor parte del tiempo cruel.
— Enseguida mi vida. Yo también te he extrañado — bromeé tratando de tirar por tierra delante de los demás su ácida manera de hablarme y conseguí, alguna risita disimulada de las chicas y un guiño de ojo de Mery.
Pude ver como cerró las manos en puños y cuando pasé por su lado me tomó de la cintura y me pegó a su cuerpo y así, caminamos abrazados hasta su despacho. Cadera con cadera.
Lo empujé nada más entramos. Se había roto la magia. En público me sentía valiente y podía jugar con él, pero en privado lo sentía demasiado. Así ya no me parecía tan divertido. A solas con él, prefería guardar las distancias.
— ¿Eres virgen? — preguntó sentandose en su sillón detrás del escritorio y yo no pude evitar reírme de su atrevida y peculiar pregunta.
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