El comprador (COMPLETO) romance Capítulo 71

Alexander

Me dicen que estoy enfermo, y me río. El cínico en mi se desternilla de la risa. Claro que lo estoy. Lo sé hace tiempo.

Estoy enfermo de ella. La amo. Me muero por ella y es literalmente. Mi corazón esta roto, una pequeña herida me mantiene al borde de la muerte y solo quiero que ella vuelva a mi. Quiero a mi mujer conmigo, por si muero, que sea a su lado. Ya una vez me dejé morir por ella y me salvaron, ahora quiero morir con ella. Recostado en su cuerpo. Besando su alma.

Siento la música de Carusso entrando en mi sistema y el dolor me devora, me aniquila, me derrota.

La echo mucho de menos y no quiere volver, me dice que tengo que curarme sin saber que eso no va a pasar. Que yo no tengo cura porque ella es mi veneno perpetuo, y también el antídoto que no quiere darme.

Bebo un sorbo de whisky y dejo caer mi mano en el reposabrazos con el vaso cuadrado de cristal bacará en ella y el movimiento ámbar dentro de el me recuerda al vértigo que me produce no tenerla. Incluso cuando llega lo vuelvo a sentir.

Todos me critican, me marginan y me mal aconsejan darle espacio para que tengamos una historia de amor sano sin saber que no podemos, porque lo que siento es enfermizo y no me quiero curar. Lo vivo justo como lo siento y me siento morir cuando la tengo y muerto del todo cuando se aleja.

No hay amores como el nuestro y no son conscientes de eso, ninguno de ellos. Malditos entrometidos ignorantes de mi amor.

Hace media hora la espero, oyendo una canción hermosa que me suena a nostalgia y amor sublime, una melodía que me seduce y me deprime pero que me lleva a pensar en ella, porque la amo muchísimo.

Carusso es la melodía que me avisa, que mi corazón herido solo sanará con ella a mi lado. Si tengo una posibilidad de sobrevivir es junto a mi mujer, mi vida, mi mundo entero. Ella es mi cura, y se aleja y me mata.

Y cada vez más, pierdo las palabras para rebatir los fundamentos que usa para alejarse de mí.

No tengo derecho a nada más que amarla, y a eso me aferro.

Loreine

—Mira, Cristel —explico cuando el taxi se detiene frente a la puerta de su casa —yo venía a verte para saber que te traes con mi marido porque lo de la noche en el club fue muy extraño, sin embargo esto cambia un poco las cosas.

Ella toma seguro de la puerta con toda la intención de bajarse y el chófer, en una demostración de profesionalismo impresionante activa los cierres desde su asiento.

—Déjame salir, por favor.

–No sé porqué de pronto sientes esta hostilidad hacia mí, pero lo voy a averiguar. Siento muchísimo lo que está pasando con tu hijo y demás, pero Alexander es mi esposo, no voy a renunciar a él y espero que tengas claro que tu historia con él, ya fue.

—No sabes lo equivocada que estás pero un día verás todo más claro. No te imaginas ni un poco, quien es...

En ese momento tocan la ventanilla de su lado y su madre aparece entre mantas que le cubren incluso la cabeza, y empieza a forzar la puerta para abrirla.

El chófer intentando que no le rompa el auto quita el seguro y la puerta se abre de momento dejando a la señora amenazarme.

—Aléjate de mi hija o te vas a arrepentir. Déjanos en paz, ya tienes lo que querías. Él es solo tuyo, déjanos con nuestro dolor.

Arrugo la frente porque no entiendo a qué se refiere. Su hija deja la conversación a medias y trata de controlar a su madre y hacerla entrar en casa pero la señora me mira y me mira, y cada una de esas veces siento como su furia se arrastra hasta mi y no logro discernir el por qué.

—Vámonos.

Cuando le doy la orden al chófer me percato de que no sé su nombre.

—Sigue esa calle recto hasta llegar a la enorme verja de una mansión, no tienes pérdida —el asiente y se pone en marcha —¿Me dices tú nombre?, por favor.

—Soy Mario, Señora Mcgregor. Para servirle.

Sempiterno 1

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