Joss se había ido. Finalmente Alexander había conseguido convencerlo para que nos dejara hablar, por supuesto bajo la promesa que de no convencerme lo que mi marido me confesara, él finalmente lo haría.
En esta ocasión quería construir una historia saludable y sincera con Alexander, por lo tanto teníamos que empezar cuanto antes a jugar en la misma cancha. Todo aquello que a él le afectara, tenía que ser de mi completo conocimiento. Y viceversa.
—Dime de una vez que pasa, Alexander —exijo sentándome en el brazo de la silla.
Él sin embargo da paseos delante de mí, con las manos cruzadas detrás de su cintura, en la zona lumbar, indudablemente analizando cada palabra que iba a decir. Siempre se comportaba de la misma manera. Examinando todo y hablando en clave. Cada cosa que dice parece que cuenta una cosa y hay que estar muy atenta porque siempre desemboca en algo totalmente diferente.
—Sabes que no puedo estar sin tí, no hace falta que lo repita. No consigo respirar si no estás. Todo lo otro que pueda suceder, carece de importancia al lado de eso, Lore.
Nos sostenemos la mirada por un rato, y suspiro hondo. Me enerva que me quiera manipular.
Niego dibujando una sonrisa triste en mis labios y con pesadumbre me levanto para avanzar hasta él, que se mantiene expectante y un tanto nervioso. Es algo nuevo de ver en él y que le descubro solamente porque da pequeños golpes en el suelo con la puntera de su zapato.
Meto mis manos por los bordes de sus caderas y soy yo, en este caso, quien le suelta las manos que tiene cruzadas en su espalda y entrelazo mis dedos donde antes estuvieron los suyos.
—¡Ale...!
—Me gusta como suena eso —dice mientras me besa una mejilla —.Nadie me llama así nunca. Y lo has susurrado de una manera que ha sido demasiado tuyo. Me gusta.
—Prometo hacerlo más a menudo —confieso encorvandome hacia atrás para verle los hermosos ojos —.Tienes que decirme lo que pasa. De todos modos lo voy a saber. No seas tú, el que me engañe.
Y sí, es un poco de chantaje emocional pero no encontré otra forma de hacerle ver como me hace sentir su silencio o su manía de ocultarme cosas.
De pronto, pega su frente a la mía y me da un beso suave, sin prisas ni segundas intenciones. Solo un roce de labios un poco demorado. Una exquisitez de sensación.
Lleva sus manos a mi espalda y tira de mí hasta que me veo de un momento a otro sentada sobre sus muslos, encima del sofá negro de piel de la esquina de su despacho. Con un preciosa vista a su piscina.
—El día que Kyle me rescató —comenzó a decir y sé que se refiere al día que intentó suicidarse —quedé en coma, sé que lo sabes pero; lo que desconoces es que tuve fallo renal bilateral. Mis dos riñones se detuvieron y no fue fácil que volvieran a funcionar.
Ensordecedora es la sensación que me produce su confesión. No consigo seguir oyendo lo que veo que sus labios confiesan porque resulta que en mi mente, solo hay espacio para el dolor de saber que aquello pasó justo por mi empeño de hacerle creer que había muerto en aquel quirófano.
Desde que lo conozco siento que vivo en una lucha permanente por hacerle enmendar errores que nos han llevado acometer otros.
Cada argumento que he usado para justificar mis actos y supuestamente razonar con él a modo de ejercicio y hacerle ver de forma práctica lo equivocado que está en todos sus comportamientos, ha conseguido que la respuesta sea caótica y en el fondo, por mucho que odie lo que me hizo y por mucho que en algún momento quise vengarme, el resultado es inamovible e idéntico : yo le amo, quiero estar con él y nada parece cambiar eso. Es como luchar absurdamente contra una corriente que dejo que me arrastre porque en el fondo, adoro como me hacen sentir sus corrientes.
—¡Continúa...! —le motivo a sabiendas de que no me gustará lo que va a confesarme.
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