Sorprendido de que Santiago admitiera haberlo hecho, Beto lo miró de arriba abajo.
—Niño, tienes las agallas para hacerte responsable de tus acciones, así que no lo haré más difícil para ti. Arrodíllate frente al Señor Reyes para disculparte y dejaré a un lado lo que sucedió hoy.
Era obvio que no había forma en que Santiago lo hiciera.
—En definitiva, no me pondré de rodillas. Él es quien comenzó todo.
La expresión de Beto se ensombreció ante la negativa de Santiago.
—¡Nadie me había desafiado antes!
Mientras hablaba, sujetó por el cuello a Santiago y lo levantó del suelo. A pesar de esto, sus compañeros fueron disuadidos de ayudarle, mientras se acobardaban al ver a esos temibles peleadores detrás de Josué.
—¡Santiago! —gritó María, mientras se precipitaba hacia adelante—. ¡Suéltalo! Mi padre es Francisco Salcedo. Somos empleados de la Compañía Sentimientos Químicos, perteneciente a la Familia Serrano.
Aunque ella, con desesperación, trató de hacer palanca para abrir la mano de Beto, sus esfuerzos fueron en vano a pesar de usar toda su fuerza. En ese momento, el rostro de Santiago se hinchó y enrojeció, ya que empezaba a sofocarse. En sus ojos se notaba la desesperación, mientras su boca estaba abierta. El temor a morir se apoderó de él, con rapidez.
Cuando María vio que Santiago jadeaba por aire, fue sobrecogida por la ansiedad y continuó gritando:
—¡Este es territorio del Señor Lamarque y él conoce a Santiago! ¡Estoy segura de que el Señor Lamarque no te perdonará si averigua esto!
La expresión de Beto cambió un poco al escuchar las palabras de María. Frunciendo el ceño, soltó a Santiago.
¡Cof! ¡Cof!
Santiago comenzó a toser con fuerza, mientras tomaba una gran bocanada de aire.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El despertar del Dragón