Mientras los fuegos artificiales estallaban en todo su esplendor en el cielo nocturno, Adolfo y Zulma se inclinaron al mismo tiempo para depositar un beso lleno de cariño en las mejillas de Yesenia.
La escena quedó inmortalizada.
"Ver para creer, el señor Adolfo realmente adora a su hija".
Los susurros de envidia eran incesantes.
Verónica observaba los fuegos pirotécnicos con los ojos llenos de rabia, abrazando con fuerza la urna de su hija, envuelta en su abrigo, mientras murmuraba protegiéndola, "Cariño, ¡no mires!" Temía que su hija se entristeciera.
No fue hasta las diez de la noche que Verónica volvió a Hogar de la Harmonía, donde vivía con Adolfo. Subió las escaleras con pasos lentos y entró en la habitación de su hija.
Después de ordenar las cosas de la niña, pasó la noche sentada en la pequeña cama de su hija, abrazando la urna.
A los días, cuando bajó por las escaleras, se encontró de frente con una figura elegante y erguida.
Era Adolfo.
Él no la miró. Su expresión era tan fría como siempre, y con pocas palabras preguntó: "¿Dónde está Pilar?"
"Ja". Verónica soltó una risa fría y mordaz. Habían pasado tres días desde la muerte de su hija y él apenas se acordaba de ella.
Adolfo frunció el ceño levemente, lanzando una mirada de desagrado hacia Verónica.
¿Estaba ella enojada porque había incumplido la promesa con Pilar? Adolfo no entró en detalles y con un tono grave, dijo: "He venido a llevar a Pilar al parque de diversiones".
Al escuchar sobre el parque de diversiones, el corazón de Verónica se retorció de dolor.
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