Los trillizos le miraban fijo...
Ian pensó que había gato encerrado. De inmediato rechazó la petición.:
—Al señor no le gustan las interrupciones cuando está comiendo, ¡en especial de extraños!
El camarero no sabía qué hacer.
Cuando Harvey lo vio, lanzó una mirada a Sammy. Éste supo al instante qué hacer. Se acercó a la mesa, levantó la cabeza y miró a Jean con ojos de cachorro:
—Querido y atractivo señor, ¿no nos dejaría sentarnos con usted en su mesa? Acabamos de aterrizar de un vuelo de 14 horas y no hemos comido nada. Casi nos morimos de hambre.
Harvey no tardó en acercarse a la mesa, agarrado de la mano de su hermana pequeña.
—Señor, le prometemos que no haremos ruido ni le molestaremos. Por favor.
—Es usted muy atractivo, señor. No cabe duda que no es un mal tipo. No soportarías vernos morir de hambre, ¿verdad? —dijo Penny mientras tiraba de la manga de la camisa de Jean.
El hombre quiso negarse por instinto. Nunca cenaba con extraños y odiaba que le tocaran.
Sin embargo, cuando miró a los ojos puros e inocentes de la niña, no se atrevió a rechazarla.
—Siéntate —dijo.
—¡Gracias, señor!
Los trillizos esbozaron una sonrisa brillante y se sentaron a la mesa.
El camarero les acercó el menú. Harvey era el encargado de pedir la comida para sus hermanos. Entendía lo que a cada uno le gustaba comer.
Los otros dos niños miraron a Jean. Cuanto más le miraban, más seguros estaban de que aquel hombre era su padre. Era tan atractivo, ¡y estaba dispuesto a compartir mesa con ellos!
«¡No cabe duda que hemos encontrado a la persona adecuada! Pero... ¿Por qué papá nos mira como extraños?», pensaron.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El pacto de los trillizos