Un sabor amargo se gestó en la boca de Natali, entre tanto visualizaba el rostro carente de alguna emoción, en el hombre que tenía en su frente.
La expresión que utilizó para con su hijo, solo le había creado escalofrío, y alguna sensación en su pecho que hizo que todo lo que tenía en su mente, se disipara.
«¿Por qué estaba diciéndole todo esto?», se preguntó un poco nerviosa, pero antes de que sus interrogaciones salieran de su boca, Jarol apartó el portarretrato, lo puso hacia abajo, y le envió una mirada fija, seria e intimidante para su gusto.
—He intentado llamar la atención de mi hijo durante los últimos años. Es un buen hombre, el mejor de todos, me atrevo a decir.
Recordó el suceso de hace unos minutos donde ese hombre salió como si se lo llevara el demonio, y cuando barrió el suelo con ella y esa secretaria a su lado, solo con esa mirada dura.
Si sacaba cuentas, él podía ser ese hombre del que estaba hablando Jarol, pero… «¿qué tenía que ver ella en ese asunto?»
Aclarando su garganta asintió, y esta vez, se esforzó mucho por mantener una actitud relajada.
—Lamento que esté pasando esto… —se consolidó—. Espero que su situación familiar mejore.
Jarol le envió una sonrisa un poco engreída.
—Eso espero también, Natali, y sé que usted será la candidata perfecta para ayudarme en este asunto.
—¿Yo? —preguntó incrédula.
—Sí… Todo lo que te ofrecí anteriormente y más, estará en tus manos.
Natali negó y sus ojos se abrieron como platos.
—¿Qué es exactamente lo que debo hacer?
—Quiero que entres en la vida de mi hijo. Yo te impulsaré hasta que ingreses al hospital Mercy Regional Medical Center como pasante. En el momento en que tengas contacto con él, te encargarás de hacer lo demás. No eres tan tonta para tener que explicarte de qué forma debes entrar. Necesito que lo seduzcas, que robes su tiempo, que te metas en su cabeza y en su cama. Andrew necesita olvidarse de una mujer, que, le jodió todo.
Natali pasó un trago duro. Uno tan áspero que por un momento se le trancó la respiración. ¿Qué se creía este hombre?, ¿acaso la veía como una prostituta?, ¡ella ni siquiera había tenido oportunidad de tener una relación seria!, ¿con qué tiempo?
La ira golpeó su cuerpo, y todo dentro de ella se estremeció. No se dio cuenta en qué momento sus piernas tomaron una decisión, pero ahora mismo estaba levantada, casi tirando su silla.
—¡Usted está loco si piensa que soy una prostituta a quien le va a pagar por acostarse con su hijo!
No pudo evitar gritar, pero el hombre no se inmutó en ningún momento.
—No pienso que eres una prostituta —respondió soltando un suspiro—. Necesito una chica decente, como tú.
Los ojos de Natali parpadearon ante la incredulidad.
—Pero usted está diciendo que…
—No te pagaré porque te acuestes con él, aunque eso es inevitable —las mejillas de Nat se volvieron muy rojas—. Lo que necesito es que, enamores a mi hijo…
***
Nat se sentó en el autobús y ajustó el bolso contra su pecho intentando controlar sus emociones.
«¿Qué había pasado en ese lugar?, ¿Qué mierdas pretendía ese hombre diabólico?»
Ahora podía entender el por qué tenía problemas con su hijo, ¿a quién se le ocurría pagarle a una persona para que enamorara a su propio hijo, porque supuestamente no olvidaba una mujer?
«¡Ese hombre estaba loco!», pensó Nat mientras sus manos temblaron, había pensado que su familia era horrible, pero, ahora estaba convencida de que, no solo se sufría en la pobreza.
Recostó su cabeza al asiento y reprimió sus ojos.
Encontraría algo pronto. De alguna forma un trabajo estaría listo para ella. Seguiría buscando, dejando hojas de vida, y alargaría sus ahorros lo más que pudiera hasta que tuviese la seguridad de tener uno.
«¿Qué había pensado ese hombre?, ¿Qué iba a aceptar algo como eso, solo por el dinero?»
La gente estaba muy equivocada con ella, así durmiera en el piso, jamás aceptaría una cosa como esa. Nunca lo haría.
Recordó como el hombre le dejó su tarjeta para que lo pensara bien, cuando se quedó en silencio, ella se desesperó y le indicó que era un loco de mierda en la cara.
No pudo evitar sonreír, y que una risa saliera de su boca. ¡Le había gritado a Jarol White, en su propia oficina, en su edificio y en su cara!
Nadie sobrevivía para contarlo, y esperaba que después de esta ocasión, nunca lo volvería a ver en su vida.
Sacó la tarjeta de su bolsillo, y la rompió en cuatro pedazos.
Sin embargo, no había un bote cerca para desechar la basura, y pensando en esto abrió su bolso y dejó los papelillos dentro.
En el momento en que estaba colocando desinteresadamente los trozos, se dio cuenta de que su libreta de notas no estaba allí, y su corazón se aceleró mucho.
Comenzó a pasar las cosas, un poco nerviosa, pero esa libreta no estaba allí.
Recordó que el día anterior en la universidad no la utilizó para nada, y un escalofrío se insertó en su cuerpo solo de pensar que era un cheque sin destinatario. Cualquier persona podría cobrarlo.
Sus rodillas comenzaron a moverse precipitadamente como si eso fuese aumentar la velocidad del conductor, y decir que los minutos siguientes fueron eternos, era quedarse corta.
Cuando el autobús se frenó, salió disparada corriendo a su casa. No vio si alguien estaba viéndola, o si la respiración fuese buena para llevar aire a sus pulmones, pero la adrenalina era lo suficiente como para esforzarse cada vez más por llegar.
Las llaves se le deslizaron de sus dedos por el temblor de sus manos, y en cuanto pudo abrir, el golpe del ruido del televisor, invadió su cuerpo.
Allí estaba Charles junto a Evelyn viendo un programa de TV estúpido, donde la gente se golpeaba. Ellos se reían descontroladamente mientras Nat pasaba la vista a sus manos, descubriendo que estaban comiendo alitas fritas y refrescos de botella.
Natali pasó un trago caminando lento, para ver otros paquetes de pepitos, y varias latas de cerveza que estaban tiradas en el suelo.
En el momento en que ambos se dieron cuenta de su presencia dejaron de reír y sostuvieron una mirada seria para ella.
—¿De dónde sacaron dinero para esto? —ella preguntó bajo, y Charles solo miró a Evelyn.
—No tenemos que darte explicaciones… pero como estoy de humor, a Evelyn le dieron un bono.
Natali arrugó el ceño mirando a Evelyn y luego se giró directo a su cuarto. Ese viejo abogado a veces hasta retardaba su pago mensual, era muy poco probable que hubiese sido generoso.
—Por favor… —susurró ella temblando y buscando su libreta—. Que no sea lo que estoy pensando…
Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas hasta que escuchó que su puerta se abrió.
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