—Andrew… ¿Cómo te sientes? —él levantó la mirada para ver al traumatólogo del hospital, y también su compañero, el doctor Albert Archer, quien fue el que operó su pierna.
Asintiendo y tratando de acomodarse le miró.
—Bien…
—Envié a colocar algunos analgésicos para el dolor… ya llevas varias horas de la operación y debe estar despertándote el cuerpo. Todo salió muy bien, pero quiero darte algunas recomendaciones…
Justo cuando el hombre iba a comenzar, Henry entró a la habitación enviándole una sonrisa a ambos.
—Eres un suertudo… ni siquiera quiero imaginar el por qué ibas a esa velocidad, Andrew…
—¿Cuáles son tus recomendaciones? —él se giró haciendo caso omiso a su compañero, mientras Albert asintió entendiendo su indirecta.
No quería hablar del tema.
—Necesitarás terapia. Más que todo para fortalecer la parte muscular, porque tendrás que mantener esos tornillos al menos por dos meses, como sabes hay que retirar y luego colocar un yeso para evitar lesiones. Así que súmale otro mes. Después de eso, es indispensable que tomes las terapias para que la pierna de alguna forma busque regenerar…
El aliento salió de él lentamente mientras puso los dedos en sus ojos.
No iba a poder trabajar, ni venir a su lugar donde la mierda de vida desaparecía por algunos momentos. Así que estaría encerrado en su casa, con un montón de gente que estaba allí para él solo porque, le pagaría…
¡Vaya mierda!, pensó sonriendo irónicamente.
—Pasará rápido, no te desanimes —agregó Henry apretando su hombro—. Míralo por el lado positivo, estás vivo…
Andrew alzó el rostro y se preguntó:
¿Quería estar vivo ahora?, estaba dudándolo, pero lo único que vino a su mente fue la desesperación que mantuvo su garganta apretada cuando no hubo un pase de aire a su boca. Cuando esas manos apretadas en el volante no menguaban en fuerza, y cuando el pie pisando el acelerador no respondía a su indicación.
Fue jodidamente desesperante estar al límite del ahogo cuando su cuerpo no respondió y el momento en que su auto se volcó contra un árbol, para finalmente desmayarse. Y eso no solo por el golpe, lo más evidente fue el no conseguir aire al final, su ansiedad había vuelto peor que nunca, y fue inevitable no poder hacerse cargo de ello.
La ira era demasiada para contener y el dolor, era demasiado para soportar.
—Gracias, amigo… —respondió de forma muerta.
—Andrew —el tono de Henry también llamó su atención—. Sé que diste la orden para que no recibas visitas, pero tu hermana, Andrea, me pidió…
—No quiero ver a nadie, Henry… ni a mi familia, ni nadie externo… nadie.
El médico asintió.
—Lo entiendo perfecto, solo que tu hermana me pidió recalcarte que hay una amiga tuya que está aquí para verte.
El ceño de Andrew se profundizó.
—¿Amiga?, no tengo amigas en Durango y…
—Ella se llama Anaelise.
Su corazón se detuvo de inmediato.
¿Qué carajos hacia ella aquí?, y ¿Cómo se había enterado de su accidente?
Levantando la cabeza miró a Wilson interrogante.
—¿Estás seguro de que es Ana?
El hombre levantó las manos mientras agachó los hombros.
—Henry… si es ella de verdad, hazla pasar en media hora, cuando ya estén pasando los analgésicos. ¿Puedes encargarte de eso por mí?
—Por supuesto. Iré a avisarle a tu amiga para que esté preparada para entrar… —y antes de que su colega se diera vuelta, él le tomó el brazo con su mano sana.
—Solo ella…
El hombre asintió ofreciéndole una sonrisa y luego salió de la habitación.
Había un muro que evitaba que se viera la puerta desde su lugar, un espacio de entrada que eliminaba cualquier vista hacia toda la habitación y eso le hizo sentir seguro.
No iba a permitirse hablar con nadie, ni siquiera quería verle la cara a alguna persona solo para que arrojaran su lástima en él.
Andrew White, de nuevo rechazado, y esta vez… vendido por su propio padre.
—Bien… más tarde paso, enviaré a alguien de vez en cuanto para que mida tu presión, y los procesos de rutina.
—Espero que no sea Fred…
El traumatólogo sonrió y le hizo una venia militar.
—Perfecto, entonces enviaré a Fred.
—¡Vete a la mierda…!
—Si, me estoy yendo…
Recostó su cabeza cerrando los ojos de golpe mientras un gruñido salía de su boca. Le dolía el hombro como el demonio, y ahora ni siquiera podía sentir su pierna. Odiaba estar en esta condición, pero más odiaba sentir tanta ira dentro de él que a veces ni siquiera lo dejaba respirar.
—Eres una prostituta igual que las demás, solo que tú te escondes, y sacaste más provecho… así que no me vengas con mierdas ahora. Tú, aceptaste este trato, ¡Yo puse un precio y tú aceptaste salir con mi hijo!, pero ahora, ¡quiero que desaparezcas!
Su mente no dejaba de repetir ese párrafo que parecía querer quedarse anclado en su memoria. No podía dejar de ver su rostro favorito empapado en lágrimas, mientras trataba de controlar su pánico, ni esa mirada asustada cuando su fuerza salió de sus límites, y empujó su cuerpo hasta hacerla caer.
Esa… no era su Nat, no era la mujer que lo hizo sonreír y la que lo sacó de su pozo espeso. Y a pesar de que ella lo aceptó, no quería pensar que esto era real…
¿Por qué, en que vida su ángel se había convertido en el mismo demonio?, o ¿En qué momento su salvación se había convertido en su perdición?
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