Dana sonrió, llena de confianza:
—Abuela, esto es solo el comienzo, llegaré mucho más lejos.
Marcela no podía contener su sonrisa. Siempre supo que su nieta era extraordinaria y que traería gloria a los Méndez.
Sus padres estaban felices, cuanto más destacara su hija, podría aspirar a un mejor matrimonio.
En ese momento, Marcela vio a Valentina y su expresión cambió:
—¿Quién te dio permiso para estar aquí?
Había estado presente desde hace mucho rato, pero la familia, absorta en su alegría, no la había notado.
Dana la miró:
—Abuela, yo la invité. Quería ver algo del mundo académico. Déjala quedarse.
Marcela detestaba a Valentina. Dana y Luciana daban prestigio a los Méndez, solo ella los avergonzaba.
En su corazón, nunca la había considerado como su nieta.
Ya que Dana intercedía por ella, dijo con tono áspero:
—Está bien, pero compórtate. No toques nada. Si llegas a ensuciar o romper cualquier cosa, enfrentarás las consecuencias.
Siendo también su abuela biológica, sus palabras calaron profundo en el corazón de Valentina.
Sin embargo, solo sonrió sin decir nada.
—¡Dana!
Varios compañeros de la universidad se acercaron a ellos, corriendo. La admiraban tanto que hasta le habían pedido autógrafos.
—¿Qué hacen aquí? —Dana sonrió, encantada.
Los estudiantes corrieron hacia ella, empujando a Valentina hasta un rincón:
—Hoy es el día de la exhibición de tu artículo, así que vinimos a felicitarte.
—Eres nuestro orgullo.
—¡Tomemos una foto!
Todos se colocaron frente a su artículo: Dana en el centro, Marcela, Fabio y Renata a la izquierda, los compañeros a la derecha.
Dana le entregó la cámara a Valentina con aire arrogante:
—¡Tómanos una foto!


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