Valentina estaba por responder el mensaje cuando su teléfono vibró; era una llamada entrante.
Al ver el nombre que aparecía en la pantalla, sus manos temblaron.
¡Era Mateo!
¿Por qué la llamaba? ¿No estaba con Luciana?
Valentina no sabía el motivo de su llamada y decidió no contestar.
La vibración continuó por largo rato; él llamó varias veces seguidas hasta que finalmente todo quedó en silencio.
Valentina se acostó en la cama. Ya era tarde y, aunque cerró los ojos, no podía dormir.
Mientras se revolvía inquieta, escuchó unos golpes en la puerta.
¿Quién?
"Toc, toc". Los golpes volvieron a sonar, unos nudillos golpeaban la puerta con un ritmo firme y poderoso.
Valentina se levantó y abrió la puerta. Afuera estaba Mateo.
El pasillo del hospital estaba silencioso a esa hora. La imponente figura de Mateo se recortaba entre las luces y sombras, sus hombros aún cubiertos por el rocío frío de la noche.
A contraluz, sus profundos ojos negros la miraban fijamente.
El corazón le dio un vuelco ante la repentina aparición del hombre en medio de la noche.
¿Qué hacía en el hospital?
Mateo la miró desde arriba. —¿Por qué no contestaste mis llamadas?
Su voz tenía un tono ligeramente ronco.
Valentina permaneció junto a la puerta. —No las escuché.


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