Seguro que ella hizo algo, un contraataque perfecto para rescatar a Camila.
Valentina aún no había colgado el teléfono cuando Daniela ya escuchaba la voz de Mateo.
—Valentina, ¿dónde están tú y el señor Figueroa ahora? —preguntó Daniela.
—Nosotros... —comenzó Valentina.
—¡Valentina, ya vi el auto del señor Figueroa!
Al segundo siguiente sonaron unos golpecitos en la ventana. Daniela había corrido hasta allí y estaba tocando el cristal.
Valentina no esperaba que Daniela estuviera tan cerca. Aunque los vidrios polarizados impedían ver el interior, la repentina aparición de Daniela la sobresaltó, pues seguía sentada sobre Mateo, ambos en un abrazo íntimo.
En ese momento, una voz profunda se hizo escuchar:
—Valentina.
Él la estaba llamando por su nombre.
Valentina lo miró.
—¿Qué pasa?
—Suéltame.
—¿Qué?
Mateo bajó la mirada. En su torso musculoso se enredaban con fuerza dos piernas blancas y delicadas. Con el susto, ella instintivamente había apretado el agarre.
Mateo tragó saliva.
—Las piernas. Suéltalas. Están muy apretadas.
El rostro de Valentina se puso rojo como un tomate. Inmediatamente lo soltó y volvió al asiento del copiloto. Luego abrió la puerta.
—Daniela.
—Valentina —Daniela tomó alegremente la mano de Valentina—. Camila está bien. Vamos rápido a la comisaría para llevarla a casa.
—Bien, tomemos un taxi.
—¿Para qué un taxi? Vamos en el auto del señor Figueroa.
Valentina quiso negarse, pero Daniela ya había abierto la puerta trasera y la empujó dentro.
Daniela miró al hombre en el asiento del conductor.
—Señor Figueroa, por favor llévenos a la comisaría.

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