Era un joven, vestido con una camiseta negra y pantalones largos negros. Daniela lo reconoció: era Diego Quezada.
Diego y Mauro eran considerados los dos chicos más guapos de la Universidad Nacional. Mauro era el radiante y apuesto heredero de una familia rica, con muchas admiradoras, mientras que Diego era frío y solitario. Las chicas no se atrevían a acercarse a él, aunque por las noches lo comentaban en la residencia.
Daniela miró a Diego mientras este apartaba de un tirón al Demonio de la Lluvia. El criminal reaccionó rápidamente y amenazó con rostro malévolo: —Mocoso imprudente, ¡te atreves a interrumpir mi diversión!
El Demonio de la Lluvia lanzó un puñetazo contra Diego.
Este lo esquivó con gran agilidad y luego asestó un golpe en el estómago del criminal.
¡Bam!
El Demonio chocó contra el coche y escupió sangre.
Diego llevaba el pelo muy corto. Sus facciones eran firmes y definidas, con una belleza dura y masculina que Daniela nunca había visto antes.
Las gotas de lluvia resbalaban por sus marcados rasgos mientras se acercaba al criminal sin mostrar emoción alguna. Los músculos bajo su camiseta negra se tensaban, y su ligera respiración agitada tras el esfuerzo físico desprendía una sensualidad letal mezclada con fuerza masculina.
El Demonio de la Lluvia comprendió que se había topado con alguien peligroso y suplicó: —No... no me pegues más, por favor...
De repente, su rostro se endureció y sacó furtivamente un cuchillo afilado, lanzándose contra Diego.
Daniela contuvo la respiración, aterrorizada, y gritó: —¡Cuidado!
Diego ni siquiera intentó esquivarlo. Cuando el cuchillo se acercaba, agarró la muñeca del criminal y la dobló con fuerza.
Se escuchó un "crac" y la mano del Demonio de la Lluvia se rompió.
El cuchillo cayó en manos de Diego, quien, sin pestañear, lo clavó en el hombro del criminal.
—¡Aaah!
El Demonio gritó de dolor.
Diego giró la mano, haciendo que el cuchillo se retorciera en el hombro del hombre.

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