Fernando asintió. —Así es.
Tras la muerte de su padre, los Méndez habían ascendido gracias a Mateo. Y Marcela había desarrollado un gusto por el arte y las antigüedades. "Las damas de la corte" de Sargent era una pieza que había deseado mucho tiempo, y se la obsequiaban.
—¡Vaya! —los invitados se acercaron—. Qué espléndido regalo. Esta pintura es una obra maestra.
La abuela reía, encantada. —Señor Figueroa, es muy considerado de su parte.
Luciana miraba a Mateo con adoración. Un hombre rico y atento como él era irresistible.
—Gracias—sonrió.
Varios empresarios se acercaron. —El señor Figueroa y la señorita Luciana hacen una pareja perfecta. ¿Su presencia hoy significa que pronto celebraremos una boda?
—Pronto será la señora Figueroa.
Ángel y Catalina se unieron al grupo. Y aunque, actualmente, el estatus de Ángel no alcanzaba el nivel de estos ejecutivos, mismos que recientemente habían rechazado varias de sus propuestas de negocio, sonrió: —Deben beber más esta noche.
Emanuel respondió: —Señor Méndez, envíe sus propuestas. Hagamos negocios.
—¿En serio? Gracias, no voy a decepcionarlos —respondió, emocionado.
Don Jorge se rio. —No hay de qué, señor Méndez. No todos tenemos la suerte de tener una hija como la señorita Luciana.
—Por supuesto —dijo Marcela apretando con suavidad la mano de Luciana—. Es la estrella de los Méndez.
Ángel y Catalina rebosaban de orgullo. Con la presencia de Mateo, los Méndez subían otro peldaño en la escalera social. Imaginaban la gloria que tendrían cuando Mateo fuera oficialmente parte de la familia.


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