La habitación estaba vacía, no había rastro de Valentina.
Sonaron unos golpecitos en la puerta y Fernando apareció en el umbral.
—Señor presidente, cuando venía para acá vi a su esposa. Se ha ido.
¿Se fue? ¿No le había dicho que no se fuera?
—Señor, ya he mandado a buscar el antídoto para el afrodisíaco.
Mateo apenas si movió los labios.
—No es necesario.
Dicho esto, entró al baño para darse otro baño con agua fría.
En realidad, Valentina había neutralizado el afrodisíaco en la habitación. Él solo había inhalado una pequeña cantidad residual, así que los efectos no eran tan fuertes. Podía superarlo con fuerza de voluntad.
Se quedó bajo la regadera, dejando que el agua helada cayera sobre su cabeza. Las pequeñas gotas salpicaban sus músculos definidos, algunas hasta parecían rebotar. Era una visión que haría sangrar la nariz de cualquiera.
Con los ojos entrecerrados, apareció en su mente la delicada cara de Valentina, y recordó sus suaves manos. Lo había hecho sentir muy bien.
El deseo que había logrado contener resurgió. Mateo maldijo por lo bajo mientras bajaba su mano y cerraba los ojos con frustración.
…
A la mañana siguiente, Valentina despertó por el sonido de su celular. Era su mejor amiga: Camila.
Al contestar, escuchó mucho ruido de fondo. Camila le habló, angustiada:
—¡Valentina, ten mucho cuidado con Joaquín! Hoy vino a mi revista con mucha gente a causar problemas.
¿Qué? ¿Joaquín fue a molestarla?
—¿Estás bien?
—Estoy bien… ¡Ah!
Escuchó a su amiga gritar, un estruendo y una pelea, parecía estar forcejeando con alguien. Le querían quitar el teléfono. Esta vez, era Joaquín quien le hablaba:
—Tengo a tu querida amiga. ¡Ven aquí ahora mismo!

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