—¡Por favor, señora Méndez, tiene que salvarme! —Suplicó Gonzalo, con voz temblorosa debido al miedo. —¡El señor Figueroa me mantuvo cautivo y apenas si logré escapar! ¡Si me encuentra y me lleva de vuelta, estaré perdido!
Catalina, por supuesto, no dudaría en ayudarlo. Después de todo, era la carta más valiosa que tenía en contra de Valentina y no podía permitir que perdiera su utilidad.
—¿Cuál es el siguiente paso, mamá? —Preguntó Luciana, expectante.
Ángel mostró su descontento. Justo cuando su esposa había hecho algo que lo complacía, surgían nuevos problemas. —Catalina, ¿qué sugieres?
Ella lo miró. —Cariño, no te enojes, esto aún no termina.
Los ojos de Luciana brillaron. —Mamá, ¿se te ocurrió algo?
—Luciana, llama a Joaquín ahora mismo. Él te adora y hace todo lo que dices, ¿no? Es momento de usarlo.
Era cierto, él la quería y creía ciegamente en ella. Además, era uno de los que apoyaban su relación con Mateo.
Asintió —Bien, lo llamaré ahora mismo.
Media hora después, Joaquín estaba en la casa de los Méndez. —Luciana, ¿por qué me necesitabas con tanta urgencia?
Ella lo tomó del brazo. —Quiero que conozcas a alguien.
Gonzalo se arrodilló frente a él. —¡Señor, ayúdeme, por favor!
Lo miró extrañado. —¿No eres el padre adoptivo de Valentina? ¿Qué sucede?
Él, entre lágrimas, exclamó: —Mi hija me desprecia por ser del campo, ni siquiera me reconoce. Me considera una mancha en su vida, incluso mandó gente a golpearme. ¡Mira estas heridas! ¡Quiere matarme!
Catalina suspiró desde un costado. —Nunca imaginé que ella pudiera ser tan cruel y despiadada.



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