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Entre las sombras romance Capítulo 11

Al ver a Tomás, Verónica no pudo evitar sentirse nerviosa y un poco asustada, ya que aún no había olvidado que había inundado el apartamento de Mateo hacía unas horas.

—Jaja. Qué casualidad, Señor Rodríguez —saludó a Tomás con una sonrisa amable, ya habiendo sacado su teléfono y buscando rápido el número de Jezabel antes de enviarle un texto. Justo después de enviar el mensaje, Tomás le arrebató rápido el teléfono.

—¿Qué significa esto, Señor Rodríguez? —Verónica fingió enfurecerse.

Sin siquiera echar un vistazo a su teléfono, Tomás se lo entregó a un guardaespaldas que tenía detrás antes de invitarla con cara seria.

—Por favor, Señorita Marín. —Y se llevó a Verónica.

Cuando se abrió la puerta del sedán, Verónica agachó la espalda y subió al vehículo, sólo para ver a un hombre intimidante en el interior que descansaba con los ojos cerrados. Al verlo, su corazón palpitó con fuerza. Nerviosa, tragó saliva y forzó una sonrisa gratificante.

—He escuchado que me buscaba… Señor Mateo.

El hombre giró un poco la cabeza hacia ella mientras abría despacio los ojos, revelando su aguda mirada.

—Entonces, ¿cómo quieres morir? —Soltó esas palabras con un tono tan sereno como un día soleado.

En los oídos de Verónica, sin embargo, esas palabras eran la orden de ejecución de un dictador.

—Jeje. De vieja, claro. —A pesar de la tranquilidad en su cara, en su interior, ella estaba maldiciendo y despotricando por él.

Mientras el hombre apoyaba las manos cruzadas sobre el abdomen, dio unos golpecitos con su delgado dedo en el dorso de la mano, ordenando en voz alta:

—Arranca el auto, Tomás.

—¿Espera? ¿Adónde vamos? —Verónica entró en pánico. Cuando apenas formuló la pregunta, Tomás ya había subido al auto y arrancado el sedán.

Mateo volvió a cerrar los ojos sin hablar más.

Impotente, se volvió hacia Tomás.

—¿A dónde nos dirigimos, Señor Rodríguez?

—El hospital.

—¿El hospital? —El rostro de Verónica palideció mientras su corazón latía rápido. Cuando recordó que Mateo dijo que le extirparía el útero, su miedo se hizo más intenso. En todos estos años, nunca había temido de verdad a nadie, pero justo en ese momento, no pudo evitar admitir que Mateo la aterrorizaba.

«Se acabó. Estoy acabada».

Desesperada, Verónica se recostó contra el respaldo de su asiento, sin la menor energía para sacudirse el problema al que se enfrentaba. Lo único que podía hacer ahora era esperar la llamada de Jezabel.

¡Ring, ring, ring!

Un tono de llamada retumbó en el auto. Al ver que Mateo descolgaba el teléfono, Verónica se llevó una grata sorpresa. Aprisa, inclinó el cuerpo hacia el teléfono y vio que, en efecto, era una llamada de Jezabel.

—¡Ayúdeme, señora! Mateo me va a quitar el út…

Intentó gritar pidiendo ayuda al teléfono, pero antes de que pudiera terminar sus palabras, el hombre la agarró por el cuello y le tapó la boca.

—Cállate si quieres vivir. —Mateo le lanzó una mirada penetrante con intenciones asesinas surgiendo en sus ojos, a lo que Verónica asintió obedientemente.

Sin embargo, desde que Jezabel había llamado, ya no tenía que temer.

—¿Qué pasa, abuela? —Prestando atención a la llamada, Mateo preguntó.

—¿Dónde estás, mocoso? ¿Dónde tienes a Verónica? —Mateo permaneció un rato en silencio—. Di algo, ¿quieres? ¡Que sepas que, si le pasa algo, me mato!

—Abuela, ella no es nadie importante.

—No es importante. ¡Lo que importa es el niño que lleva dentro! ¿Cuánto tiempo crees que le queda a esta vieja? Yo sólo quiero tener un nieto. ¡Nadie aquí pidió un matrimonio!

—¿Y por qué crees que tiene derecho a entrar en la Familia Borbón?

—No tienes que casarte con ella, pero quiero el bebé.

«¿Qué droga le había dado esta ramera a la abuela?».

Capítulo 11 Al hospital con Mateo 1

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