Eres la madre de mis cachorros romance Capítulo 4

Los cachorros se removían incómodos en la cesta con sus patitas intentando buscar el calor de su madre. Había mucha humedad, frío y no podían sentirla cerca. Tenían hambre, ansiaban su cercanía, pero por más chirridos que hicieran no la encontraban, simplemente se rozaban entre ellos, pero no la piel de quien los había traído a la vida. La conexión entre la madre y sus cachorros era algo que no se podía comprender y estar lejos de ella solo los hacía sufrir.

Chillaron y lloraron llamándola para que viniera por ellos. Aun así, no hubo rastro de su calor, hasta que sus lloriqueos fueron disminuyendo cuando una nariz grande y húmeda los rozó y los olió. Los cachorros dejaron de chillar y se giraron hacia este nuevo ser que olía muy bien y que les dio la tranquilidad que ellos querían. Al tener sus ojos sellados no podían ver quien era, pero sus olfatos no los engañaban.

Se removieron y esta vez los chillidos fue de emoción. Sus patitas se removieron para tocar este hocico que los estaba reconociendo, y pronto les dio un lametón a cada uno de ellos y que desapareció de pronto. Los cachorros chillaron para después ser agarrados por unas grandes manos y acunados en unos brazos fuertes.

La sensación de ser cargados era diferente.

No era el mismo calor, no era igual, pero aun así no hicieron rechazo y se tranquilizaron relajándose en aquello fuertes y duros brazos. Había varios sonidos a su alrededor, al igual que olor, no los conocían, pero no los asustaban. Olían como ellos.

Unos pasos se escucharon un poco cerca hasta que se detuvieron y una voz varonil resonó a través del viento.

-¿Alfa?- la voz de alguien sonó detrás de su cuerpo grande, con músculos fuertes como el acero que se marcaban por debajo de su piel de forma letal. Una larga y muy gruesa trenza grisasea caía por su espalda por debajo de sus glúteos, una característica muy marcada en los alfas y de su poder. Su presencia imponente hacia que su entorno pareciera insignificante y que nada fuera capaz de perturbarlo.

El nombrado se giró sobre su eje cargando las dos pequeñas crías contra su amplio pecho. Su rostro duro y adulto estaba serio pero sus dos orbes dorados rodeado por espesas pestañas plateadas demostraban la impresión dentro de él. Una que no pensó tener hasta ese momento. Sus labios temblaron ligeramente y alzó la mirada de los cachorros gemelos hacia el hombre frente a él. Un lobo que hacía función de su mano derecha. El beta de su manada.

-Sky… ellos… son mis hijos- declaró y el lobo frente a él tuvo la misma reacción de asombro que su alfa.

-Cómo… espera… ¿sus cachorros? Acaso eso es posible. Usted no pasa su celo con nadie. Y siempre se confina en aquella cueva. Cómo van a ser sus hijos- el beta intentaba analizar la situación pero le era complicado encontrar explicación. Su mano se pasaba de forma exasperada por su cabello cobrizo en rizos que caía alrededor de su rostro fuerte- ¿Está seguro de ello?

El alfa frente a él bajó la cabeza, el flequillo largo y grisáceo acarició su frente y cubrió parte de su rostro. Dirigió su atención a los dos pequeños lobitos que se habían acomodado contra él mucho más tranquilos que antes y abrían sus boquitas sacando sus lenguas diciendo que tenían hambre de forma silenciosa. El pelaje con tonos iguales a los de él no le daba dudas que eran suyos, su color no era para nada común y además… esos tonos dorados… solo había una persona que conocía con quien había estado que lo tenía. Además el olor de ambos le hacía resonar su interior.

-Acaso es posible equivocarse con ello. Su olor es inconfundible- la voz grave del lobo parecía que le gustaba a los cachorro- Hace tres meses… me dejaron una humana en la cueva durante el celo- comenzó a decir.

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